“Que las nuevas generaciones consulten el Diccionario de la Lengua, cotejen la definición de alucinado con la de traidor, y resuelvan cuál es la que conviene al caso…”.- José Vasconcelos, sobre el Benito Juárez y el Tratado McLane-Ocampo.
En la semana de la primera visita al extranjero de AMLO, su bautismo de fuego en el ámbito internacional, el monitoreo de SABA Consultores nos confirma la solidez de su porcentaje de aprobación. Parece, por tanto, claro, que el Presidente saldó con éxito su controvertida visita a los Estados Unidos. Y, lo que es quizá más importante, mejoró su calificación media, un dato que admite además algún matiz: alcanzó la alerta positiva, y esto no se produjo por un aumento de sus calificaciones más altas, sino por el de aquellas moderadamente buenas. Dicho de otro modo, se redujo la fidelidad extrema, pero aumentó la aceptación condescendiente del aprobado raso, mientras que el rechazo permaneció estable.
Un repaso por el pensamiento de los mexicanos nos indica que en estos días disminuyó el repunte en la preocupación por la inseguridad, conforme se va alejando en el tiempo el atentado contra el Secretario de Seguridad de la Ciudad de México. A esto ayudó la irrupción de nuevos temas de actualidad, de manera muy especial el encuentro entre AMLO y Trump, que sin duda es el acontecimiento estrella que ha captado la atención ciudadana. En consecuencia, no es posible desligar la estabilidad de Andrés Manuel, y la mejoría en su calificación, de su entrevista con el mandatario norteamericano, como tampoco sería posible, ni lo hubiéramos hecho, no atribuir a dicho encuentro una caída estrepitosa en su aprobación, si así hubiera sucedido.
Al Presidente le ha ido bien en cuanto a popularidad, y es importante insistir en este punto, por las razones que veremos después. A nadie escapaba que la visita a Washington conllevaba un riesgo, y la única conclusión posible, por ahora, es que López Obrador ha salido airoso. Sobre todo, precisamente, si consideramos tanto la trascendencia mediática del acontecimiento como la repercusión efectiva en el pensamiento de los mexicanos. En el “Top of mind”, la entrevista solo es superada por el Covid19, que naturalmente sigue siendo el hecho más mencionado, pero que no se trata de un hecho puntual circunscrito a la actualidad de estos días.
La pandemia sigue presente, claro está, pero hoy la actualidad manda, y no abundaremos en las cuestiones relacionadas con ella. Tal vez porque, igual que la mayoría de los ciudadanos, estamos llegando a sentirnos anestesiados por las contradicciones, afirmaciones, negaciones, teorías y aluvión de números que nos aporta Hugo López Gatell. Pero que en ningún caso sirven ni para aplacar la curva, ni para concienciar a la población, ni menos, desafortunadamente, para frenar la sangría de fallecimientos, que a esta hora que escribo rondan los 35 mil.
Hay que reconocer el mérito de Andrés Manuel para mantener, en medio de esta mayúscula crisis de toda índole, su aprobación tan sumamente estable, con un porcentaje que prácticamente calca al anterior por tercera vez consecutiva, alrededor del 59,6 %. El promedio de la encuesta nos habla todavía de un 58, perjudicado por el punto de medición más alejado, correspondiente a hace tres semanas. Pero, de seguir esta tendencia, el ya de por sí mínimo balance del desgaste del Presidente, que podríamos cifrar ahora en unos 3 o 4 puntos con respecto a los inicios del mes de mayo, sería aún menor. Y en términos electorales, casi nulo, puesto que en una hipotética elección presidencial con los mismos candidatos López Obrador seguiría triunfando con la misma o más ventaja.
Es el de Andrés Manuel, por tanto, un deterioro que tuvo inicio pero que en sus resultados en este momento, en cuanto a su figura, podemos considerar casi inapreciable. Sobre todo si tenemos en cuenta las abundantísimas polémicas en las que se ve envuelto de continuo, y la extrema exposición a los medios a la que, supongo que voluntariamente, se somete el de Tabasco. Es una estrategia que él sabe que va bien para con sus seguidores, y desde ese punto de vista, es lógico entender que siga por ese camino.
Ahora bien. Que al Presidente le vaya bien en su popularidad es algo muy diferente a que le vaya bien al país, y no son hechos que tengan por qué ser correlativos. Tal vez uno de los defectos de AMLO sea precisamente confiarlo todo al amor de sus fieles. Puede que esto sea muy útil, y de hecho lo es, para su apuntalamiento ad aeternum en el poder, pero la lógica dice que muchas decisiones de gobierno deben por definición ser impopulares. Porque nunca llueve a gusto de todos y porque gobernar no es un concurso televisivo cuyo premio es el aplauso del público al truco más ingenioso. No me he de engañar, aspirar, con la clase política que tenemos a ambos lados de Río Bravo y a ambos lados del Atlántico, a que un gobernante tome decisiones en función del bien futuro del país y no de su ego, es una utopía. Pero no porque lo razonable y deseable sea improbable vamos a dejar de anhelarlo.
Por otra parte, este culto a la personalidad de Andrés Manuel hace exagerada la dependencia que Morena tiene de la figura de su líder, y eso puede ser un problema serio incluso para él. Porque, aunque eclipsado por la solidez del Presidente, se está dando otro fenómeno, otra tendencia, en los indicadores partidistas: un desgaste, este sí de más calado y más continuidad, en el número de seguidores que se identifican con Regeneración Nacional. Morena llegó a alcanzar un promedio de identificación del 25 % a principios de año, promedio que se había reforzado con el transcurso del mandato de López. Esa porcentaje de la población no es una cifra nada desdeñable.
Sin embargo, de enero a acá, sufrió una tendencia a la baja de la que nunca se recuperó. De hecho, evoluciona por debajo de su promedio, moviéndose ahora en algo más del 17, lo que equivale a una pérdida de entre 7 y 8 puntos porcentuales, que es aún más considerable si lo tomamos en términos relativos: significaría que más de la cuarta parte de quienes se identificaban con el partido de Andrés Manuel han dejado de hacerlo. Esto puede complicar las cosas a Morena en la elección intermedia, ya que AMLO no estará en la boleta. A pesar de ello, sigue contando con la ventaja del comportamiento, hasta ahora, de la “oposición”… ¿hay alguien ahí?
La apuesta del entorno del Presidente sigue siendo su figura omnímoda y omnipotente, y por eso lleva ligada la polarización. Siendo quienes le aprueban mayoría, cuanto más sentimiento de pertenencia y más contumacia en su postura adopten, menos probable será que cambien de criterio. El tema de la semana, el viaje a Estados Unidos, es una cuestión delicada. La política internacional es muy compleja, y las decisiones diplomáticas a menudo inevitables, por lo que conviene a veces medirlas por sus efectos. ¿Era evitable visitar a Trump en plena campaña? En mi opinión sí. Pero en política exterior nada es censurable a priori, como no lo debió ser que Peña recibiera a esta misma persona en la campaña anterior. Si en aquel entonces se afeó a EPN que se indisponía con los demócratas y que Trump se la pasaba ofendiendo a México, ¿no es ahora un malabarismo admirable lo que ha hecho AMLO? Porque no me negarán que, habiéndose dado el gringo un paseo por el infamante muro el día anterior a la visita, y con un aumento del 40 % en migrantes detenidos en la frontera, pese a la pandemia, y pese al inminente encuentro, es alucinante salir de la reunión diciendo que, de Trump, “México recibe, en vez de agravios, comprensión y respeto”.
Tiene mérito tragarse ciertas píldoras con resignada sonrisa, pero insisto: esto es política internacional, quién sabe si no es un mal menor. La única precisión es que ahora todos parecen tener muy claro que es inevitable tener una buena relación con el gigante del norte, el cual dirige, como dijo Slim, simplemente un gran negociador. Pero eso era también una realidad hace tres años, cuando se tupió a EPN y su equipo, del que de repente hemos olvidado que negoció la mayor parte de los términos del T-MEC que ahora se celebra con tanto alborozo y que pasa por ser el motivo de la visita.
De todos es sabido, entre otras cosas porque así lo ha declarado en reiteradas ocasiones, que el espejo en el que quiere AMLO mirarse, el ídolo al que pretende emular, es Benito Juárez. Eso explica muchas cosas. El Presidente Juárez, el liquidador del Imperio y creador de la Reforma, fue un posibilista capaz de alabar lo blanco y lo negro con el mismo énfasis y en las mismas circunstancias. Y también un especialista en tragar píldoras desagradables si la ocasión lo requería, y siempre en pro de un interés. Eso sí, generalmente, interés propio. Por eso fue seminarista a pesar de la “intrínseca repugnancia” que le causaba el clero, y así pudo acceder a sus estudios.
Quizá, para emular a Juárez, estemos asistiendo a algún tratado, en este caso el Pompeo-Ebrard, por sus frutos los conoceremos. “Que me juzgue la historia”, dijo el oaxaqueño, como buen megalómano. AMLO sigue sus pasos, y tal vez el aeropuerto de Santa Lucía tendrá que llevar el nombre de Andrés Manuel, porque la culminación de todo santo del pueblo, que pocos alcanzan, es ser adorado en vida. Si es que, claro, no hace falta resucitar a Eiffel y a Gaudí para que sean capaces de terminar la obra. Otro oaxaqueño, Vasconcelos, propuso en la cita que antecede este texto un ejercicio gramatical para definir la figura del Presidente de la Reforma. Qué más le daría eso a don Benito, si su lugar en la Historia se lo iban a dar los libros de la SEP.
Y qué le importaría que hasta al Senado norteamericano le pareciera sonrojante el Tratado McLane-Ocampo. Andrés Manuel quiere el amor y la aclamación, y lo que haya que firmar, se firma. Solo que la Historia de este siglo va a más velocidad que la del XIX, y corre el riesgo de que el juicio le pille vivo. Ojalá, por el bien de todos, le salga bien la jugada. Es tan corto el amor y es tan largo el olvido…