En política se puede hacer de todo, menos el ridículo. – Josep Tarradellas
Una vez declarada Claudia Sheinbaum como “ungida”, las masas de fieles a López Obrador cierran filas en torno a ella. En la medición realizada ayer por SABA Consultores, la candidata de Morena registra una estratosférica alerta positiva en respuesta espontánea sobre preferencias entre aspirantes. Propiciando el avance aparecen, claro está, quienes aprueban a López Obrador, pero ojo, también las clases medias. Quizá los malvados aspiracionistas quieran ver en la ex jefa de Ciudad de México el camino moderado que ya no tendrán con Ebrard. Porque es interesante constatar que, incluso ante una hipotética e improbable repetición de la interna de Morena, Claudia derrotaría a Marcelo, ahora sí, por goleada. Afirmó la flamante candidata que “la puerta del partido está abierta”. Cabe preguntarse si para que salgan los que no estén cómodos, o para que sigan entrando los advenedizos de todo pelaje que todavía se sientan a tiempo de subirse al carro del triunfador.
Por cierto, que si alguien va a salir, parece por ahora que no será Ebrard. Ayer no se sabía aún, pero hoy anunció su propio movimiento dentro de Morena, su propia agenda 2030. Cuentan que, en los años 80, un líder regional, preocupado por su frágil posición en el partido, preguntó al todopoderoso vicepresidente socialista español Alfonso Guerra cuáles eran las líneas, porque no quería traspasarlas. La respuesta fue simple: “es que las líneas se mueven, José”. En México las líneas las pone AMLO, que se perfila como ”Jefe Máximo” de la 4T en este futuro inmediato, igual que Morena es el nuevo “partido oficial”. Marcelo siempre fue paciente, no va a cambiar ahora. La oposición, en el breve espacio que le dejan, línea plana, encefalograma finiquitado.
El ”Top of mind” de lo que captó la atención de los mexicanos no presenta novedades de reseña: los hechos relacionados con la inseguridad, el desfile, las elecciones. Tan asumido y aceptado está, no ya que Claudia es candidata, sino probablemente que presidirá la República, que su designación ha sido menos mencionada que la derrota de las Chivas de Guadalajara. Se registra un aviso positivo en la preocupación por la inseguridad, al tiempo que una tendencia al alza en la inquietud por la corrupción. Se puede pensar que esto último sea, de nuevo, el artificial caballo de batalla de la campaña que se avecina, igual que en la pasada. Pero también si no ha sido suficiente una balacera en pleno aeropuerto de la capital y el asesinato de un fiscal estatal para que, al menos, se sostenga la vista en el problema de la seguridad pública. Son momentos clave para el futuro de la Nación, y hemos visto presentar la momia de un extraterrestre en el Congreso de la Unión, y uno piensa, ¿dónde está el debate político de altura? ¿Dónde, las grandes propuestas económicas, laborales, sobre seguridad, sobre salud?
En estos días de celebraciones patrias, lo más hiriente es que cada vez que dicen invocar a la democracia, en realidad la conjuran. Parecen reírse de un pueblo que se entrega indefinidamente a cada rayo de esperanza e ignora al mismo tiempo la eterna sucesión de decepciones. Ya nos hará justicia la Revolución. Mientras, los mismos de siempre, por más que los perros se cambien de collar, se acomodan a codazos para acceder golosos a la exhausta ubre que por décadas, más bien siglos, los amamanta. México, perpleja de sí misma, viendo con una mezcla de estupor y admiración reverencial el espectáculo cíclico de cada sexenio. Una Nación que asiste impávida y desangrada a los juegos de manos de los que apenas ocultan su indiferencia hacia ella: sus gobernantes y su clase política, para quienes lo importante es seguir el movimiento de las líneas, para no salirse y que no falte un hueso que roer.