AMLO es un delincuente electoral.

 

Dicen que lo que se ve no se juzga. Es un simple dato, algo a la vista de todos, aunque una buena parte de los mexicanos se hagan pendejos y pretendan no ver.

 

AMLO no está respetando la veda electoral, que se estableció para complacerlo a él, para satisfacer un capricho absurdo de él, cuando él era oposición. Ahora que es él quien debe someterse al absurdo promovido por él, se revela, viola la ley, y reta a las autoridades electorales a que le apliquen el correctivo correspondiente, que contempla tres días en el bote. ¿Se imaginan al valiente que irrumpa en una mañanera y le diga: Señor Presidente, está usted arrestado?

 

Es claro que eso no ocurrirá, y es claro también que seguirá violando la ley, por una sola razón: porque puede hacerlo. ¿Es ya un autogolpe de estado? Ojalá no, pero cómo se le parece.

 

Vivimos días aciagos los mexicanos, y nos esperan otros aún peores. Estamos pagando nuestro error colectivo del 2018: Votar mayoritariamente por alguien que nos ofrecía cosas que no deseábamos. La paradoja eleccionaria a que tantas veces me he referido.

 

El fracaso rotundo de AMLO es quizá el futuro posible más probable, y tal vez no nos lleve como pueblo la chingada, pero sí nos arrastrará un buen pedazo. Un día florecerá de nuevo la democracia en México; ojalá no tengamos que pasar antes por una dictadura militar.

 

Por lo pronto tenemos un presidente que delinque impunemente. Mal augurio.

 

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