El resultado de una elección se va conformando día a día. La correlación de fuerzas, esto es, las intenciones de voto por los candidatos se van modificando día a día, como consecuencia de los acontecimientos y de los actos u omisiones de campaña.
Idealmente, un candidato debe saber cómo se van dando esas variaciones, pero hacerlo les pone los “pelos de punta” no pocas veces. Es más común hacer unas pocas encuestas; de arranque, a media campaña y una última próxima al día de la elección.
Es algo similar a estar en la sala de espera de un hospital, al pendiente de una intervención quirúrgica de un ser querido. El esquema usual de las campañas se parece, en la situación referida, a que el cirujano lo contacte para avisarle que ya van a iniciar los trabajos en el quirófano; después de algunos minutos u horas, sale de nuevo para informar que todo va bien, y por último sale a informar que todo salió muy bien, pero a veces sale a informar que el ser querido murió en la plancha.
Lo anterior es el esquema de encuestas. Cuando se sigue un proceso con un Monitoreo, sobre todo cuando es diario, el símil nos lleva no a estar en la sala de espera, sino metidos en el quirófano, y vivir la angustia al ver los afanes de los médicos tratando de salvarle la vida a nuestro ser querido.
Es claro que en el ámbito médico un familiar en el quirófano es un estorbo, porque en general en nada le pueden ayudar a los médicos en su trabajo, pero en la política la situación es radicalmente diferente, porque los candidatos no solo tienen conocimientos para entender una situación de riesgo, sino también los recursos o la forma de obtenerlos para solventar los problemas.
Es común que los estrategas presionen para usar el esquema clásico, orientando las decisiones de campaña más en sus fantasías que en el conocimiento de cómo se mueve la correlación de fuerzas. Mantienen a los candidatos con la ilusión de que van a ganar, y para ellos es una apuesta sui géneris, porque si ganan, ganan ellos y gana el candidato; pero si pierden el único que pierde es el candidato. Ellos cobran y, a veces, cuando pierden, explican que les “falló el producto”, esto es, el candidato. Dicho de otro modo, la explicación que a veces se escucha, es que se perdió porque el candidato estaba muy pendejo.
Los estrategas son como los pícaros de la edad media oscurantista. Pero son más chingones. Aquellos se chingaban a la gente jodida e ignorante y estos cabrones estrategas, nuestros pícaros modernos, engañan y se chingan a gente picuda y poderosa.
¡Mi admiración para los estrategas!
Salvador Borrego, Ph.D.
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