La intelectualidad mexicana vivió una relación extraña con el poder, casi sádico-masoquista. Le daban con todo a los gobiernos neoliberales, y a cambio eran tratados con una generosidad no agradecida, porque consideraban que lo que tenían (apoyo a sus centros de investigación, proyectos editoriales, ONGs, etc.) era ampliamente merecido.

 

Pugnaban incluso por un cambio. Alguna vez, allá por el 93, en el Colegio de México, Mauricio Merino, uno de esos intelectuales, trataba de convencerme, basado en algunos de los inútiles textos que estudian los politólogos, de que la sola alternancia significaría todas las bendiciones para México. ¡Así de perdidos andaban desde entonces!

 

Finalmente tuvieron éxito, y ahora sufren los recortes presupuestarios. Hoy vi a Mauricio Merino quejarse amargamente de la embestida salvaje a los Centros Públicos de Investigación, decretada por el presidente que ellos alegre e ilusamente apoyaron, votaron y promovieron.

 

En verdad, ¡cómo me dan pena las abandonadas, que amaron creyendo ser también amadas!