Una de las características de nuestros tiempos es el uso creciente de las encuestas. Las encontramos prácticamente en todos los contextos de nuestra vida cotidiana, y sabemos que muy importantes decisiones son tomadas con base en sus resultados. De ahí que la inquietud sobre su condición de realidad o fantasía sea por demás entendible.

Mucho contribuye a la inquietud antes referida, el hecho de que resulta por demás fantástico que tomar la opinión de unas cuantas personas, digamos que de un millar, nos permita conocer la opinión de más de 50 millones de personas en países como el nuestro, o de más de 100 millones de personas en otros países.
Para apreciar lo razonable del portento metodológico anterior, es necesario que tengamos integradas en nuestra forma de interpretar las cosas, pensando en Emmanuel Kant, nuevas categorías de carácter estadístico, que nos permitan comprender cabalmente el significado de aleatoriedad y el de margen de error en las estimaciones.

Sin esos elementos de cultura estadística inevitablemente nos será imposible entender las encuestas como realidades. Esto es, para mucha gente las encuestas serán fantasías, como consecuencia de su incapacidad para entender lo que éstas entrañan.

Es claro entonces que si le diéramos machetazo a caballo de espadas a las encuestas, esto es, si aplicáramos una encuesta nacional para indagar sobre lo que la gente piensa respecto de si las encuestas son fantasía o realidad, muy probablemente llegaríamos a la conclusión, desde la perspectiva de la ignorancia en su forma de incultura estadística, de que las encuestas son más fantasía que realidad.

Consideremos entonces otra perspectiva: La de los especialistas en estos temas, y centremos la atención en la encuesta cuyo propósito es indagar el estado de la Opinión Pública. Aquí pareciera que las encuestas disfrutan de una gran credibilidad, en atención a que sus predicciones en el ámbito electoral han sido por lo común acertadas. Sin embargo, a pesar de ello, las encuestas han sido severamente cuestionadas por algunos investigadores importantes tales como el sociólogo Herber Blumer, quien enfocó su crítica más que a la encuesta en sí, a la valoración que de sus resultados se hace y al planteamiento metodológico general de estudio de la opinión pública. Al respecto Vincent Price, en su libro Opinión Pública, escribe lo siguiente (pag. 122):

«En 1948, Blumer denunció que la investigación en opinión pública estaba fracasando completamente en dicha tarea. Señalaba que los encuestadores eran «obtusos a la naturaleza funcional de la opinión pública en nuestra sociedad», al enfocarse en las opiniones individuales, excluyendo los grupos funcionales y los canales organizados de influencia política. Sugería que los investigadores deberían empezar por investigar a los que diseñan las políticas, determinando las formas particulares de expresión de la opinión pública que llaman su atención y afectan sus acciones. La investigación podría entonces proceder siguiéndole la pista en retrospectiva a estas expresiones a través de sus diversos canales, y al hacerlo así, identificar los canales principales, los puntos de importancia clave y la manera en que cualquier expresión dada se ha llegado a desarrollar, y escoger una retrospectiva organizada de lo que inicialmente debe haber sido una condición relativamente amorfa.»

Casi una década después, H. H. Hyman profundizó en los señalamientos de Blumer y llegó a un punto medular que en nuestros días cobra una relevancia fundamental. Al respecto Vincent Price nos ofrece lo siguiente (pag. 122):

«Hyman (1957) hizo eco de las preocupaciones de Blumer. Éste argumentaba que aún cuando la investigación había hecho aportaciones considerables en la teoría psicológica sobre la formación y cambio de la opinión, tenía mucho menos qué decir sobre los procesos sociales de gran escala o sobre las relaciones entre la opinión pública y los procesos de gobierno. Esto resultaba así porque los investigadores raramente reunían datos de series de tiempo que rastrearan el desarrollo de la opinión pública alrededor de un tema particular, o la interacción de la opinión pública con el sistema político formal. Los datos de encuesta, apuntaba, se recolectan sólo después de que el tema ha entrado en escena y sólo después de que el problema ha estado presionando. No hay muchos datos disponibles sobre las fases iniciales y de cierre del debate público (capítulo 3). Para que la teoría de la opinión avance, se necesitarían datos sobre el curso de vida de un tema.

«Desde entonces, el campo ha respondido en una diversidad de formas a los llamados de Blumer y Hyman hacia la investigación orientada al proceso».

Cincuenta años después las preocupaciones de Blumer y en especial las de Hyman, cobran una relevancia dramáticamente superior por los avances logrados por la humanidad en materia de comunicación. Si antes era vital seguir la evolución de la Opinión Pública, ahora con los cambios vertiginosos que operan en ella como consecuencia de los teléfonos celulares y la Internet, se hace imprescindible, al grado que no hacerlo así conduce a inexactitudes y confusiones. Las encuestas en consecuencia se convierten en productos de información perecederos y por tanto se transforman, aún impecablemente realizadas, en fantasías más que en realidades.

Llegamos entonces a una extraña conclusión inicial. Tanto desde la perspectiva de la ignorancia como desde la perspectiva del conocimiento, las encuestas son más fantasía que realidad. Los únicos que las toman como realidades, como fieles formas de evaluar las condiciones políticas o sociales, son aquellos que algo conocen del tema, pero que no saben lo suficiente como para entender que las encuestas, hoy en día, se deben tomar con algunas reservas.

Debemos entonces señalar aquellos casos en los cuales podemos confiar más y aquellos en los cuales debemos confiar menos de los resultados de encuestas. Aclarando que nos referimos a encuestas impecablemente realizadas, esto es, encuestas que han cuidado debidamente la aleatorización y el resto de los aspectos metodológicos, podemos decir que las encuestas serán más confiables cuando estudien procesos cuyo dinamismo es poco intenso como los siguientes:

1. Los hábitos, tales como fumar, tomar bebidas alcohólicas, ejercitarse físicamente, etc.
2. Condiciones socio-económico-demográficas, tales como número de personas por vivienda, nivel de ingresos, desempleo, etc.
En cambio, debemos desconfiar de las encuestas cuando nos informan sobre asuntos como los siguientes:
3. Intención de voto en un proceso electoral.
4. Nivel de popularidad de un gobernante.
5. Grado de aceptación de una propuesta política.

La razón fundamental para establecer el grado de confianza que se sugiere, es el hecho de que la realización de una encuesta por lo común requiere al menos de cuatro días de trabajo. En consecuencia aquellos procesos que difícilmente se modificarán en períodos tan cortos como cuatro días, serán estudiados con suficiencia por las encuestas; procesos tales como los señalados en los puntos 1 y 2 anteriores.

En cambio, en los procesos señalados en los puntos 3, 4 y 5, es tal el dinamismo, que en cuatro días podrían modificarse radicalmente. En consecuencia las encuestas que se utilizan para evaluar este tipo de procesos frecuentemente presentan resultados poco creíbles, y cada vez es más común que todas las encuestas fallen cuando evalúan un proceso de este tipo, como ocurrió en Estados Unidos en las elecciones internas presidenciales del 2008 del partido demócrata en New Hampshire y como también ocurrió en las elecciones presidenciales españolas del 2004.

Finalmente llegamos a una respuesta que podría no ser la esperada por algunas mentes simples. Esto es, una que postule a las encuestas ya como realidad, ya como fantasía. Lamentablemente para las mentes simples la ciencia se mueve en el terreno de las condicionalidades, no de los absolutos. Por tanto podremos considerarlas como realidades (en tanto razonablemente nos muestran el estado de opinión o condición de algún fenómeno bajo estudio), si el fenómeno estudiado es relativamente estable, o al menos se modifica muy poco en períodos tan cortos como el que nos demande la propia realización del estudio.

Y serán punto menos que fantasías, cuando se utilicen para medir procesos dinámicos como los electorales y los de imagen pública de personajes que tienen mucha exposición en los medios. Dicho de otro modo, o de modo más claro, las encuestas que por lo común vemos publicadas en los medios, que con mucha frecuencia tienen como tema de interés los procesos políticos, son poco más que pasatiempos. Tomar decisiones con base en sus resultados es un grave error derivado de la incultura estadística que lamentablemente aqueja a amplios sectores de nuestras dirigencias políticas, empresariales, académicas y líderes de opinión.

LAS CARTAS DE NAVEGACIÓN POLÍTICA

Aunque apartándome un poco del tema, me veo obligado a concluir esta discusión señalando que la solución al problema de estudiar fenómenos sociales dinámicos, consiste en estudiarlos no a través de las técnicas convencionales de encuesta, sino a través del Control Estadístico de Calidad.

La razón es muy entendible. Así como en los años recientes se dinamizó la vida social, por esa nueva condición de comunicación entre las personas, que de acuerdo a Niklas Luhmann deriva en una mayor complejidad del sistema social y en un incremento de la posibilidad de cambios bruscos en él, dos siglos antes se había iniciado la dinamización de la vida industrial, cuando en 1750 se inicia la Revolución Industrial, manteniéndose esta tendencia con la producción en serie y la automatización de los procesos.

La alternativa que ofreció la ciencia para atender los problemas de calidad y control en el nuevo entorno, fue justamente el Control Estadístico desarrollado por Walter A. Shewhart, a finales de la década de los veintes del siglo pasado. De modo que adecuar estas técnicas al campo social es la mejor forma de atender estos procesos.

Una solución integral a este problema, de nuestra autoría, siguiendo este enfoque, son justamente las Cartas de Navegación Política, las cuales desarrollamos entre 1993 y 2004. Desde entonces se han aplicado exitosamente en procesos electorales en diferentes estados de México y el extranjero, y de manera permanente para evaluar la gestión de gobierno de algunos gobernadores de México, que tienen con esta metodología una forma eficiente para alcanzar un propósito que en política resulta vital, la previsión, la anticipación de problemas.

Podría pensarse que esta técnica aprovecha la experiencia empresarial de buscar a través del Control Estadístico un enfoque preventivo en lugar de un enfoque correctivo, pero perderíamos de vista que justamente este enfoque, el de anticipar los problemas, lo recomendó, hace más de medio milenio, Nicolás Maquiavelo, como algo que todos los Príncipes prudentes deberían hacer.