Si bien el fenómeno de la pobreza ha estado presente desde siempre, lo que vivimos hoy es un claro fenómeno de crecimiento de esta triste realidad, que arranca justo el 2006.
Este año de inicio del crecimiento ha inducido a no pocos a asociar el fenómeno con la presidencia de Felipe Calderón, pero el hecho real es que, de acuerdo a la OIT (Organización Internacional del Trabajo) este crecimiento de la pobreza es universal y arrancó justo ese año.
La confusión es grave, porque pudiera generar expectativas de una rápida recuperación, dado que ya no gobierna el PAN, cuando el tema rebasa, y con mucho, las potencialidades de una nación en forma individual.
Es ciertamente un tema muy complejo, y por consecuencia no pretendo abordarlo de manera integral y mucho menos con pretensiones en cuanto a aportar algo en favor de solucionarlo, pero si quisiera comentar sobre un aspecto que me parece crucial y sobre el cual se comenta muy poco.
Durante los años posteriores a la segunda guerra mundial vivimos entre dos modelos económicos encontrados, en un mundo dividido por estos criterios y en pugna, podríamos decir ahora, en campaña. Las ofertas en un sentido amplio eran el Capitalismo y el Socialismo y ambas se esforzaban por mostrar al mundo sus superiores bondades. Tras la derrota del Socialismo, o lo que algunos llaman el Socialismo Real, surgió lo que bien podría llamarse el Capitalismo Real; después de todo ya no estaban en campaña.
Los economistas ven el asunto desde una óptica muy global, pero hay otras perspectivas más puntuales, que permiten ver el fenómeno del Capitalismo Real de modo más claro, así como su innegable aporte a la extensión global de la miseria.
Una buena parte de la década de los ochentas se caracterizó, en el medio industrial, por lo que dio en llamarse la Revolución de la Calidad, cuyo máximo exponente fue el Dr. W. Edwards Deming. Sus ideas eran perturbadoras pero fueron incorporándose a las relaciones empresariales y laborales. Recomendaba relaciones entre clientes y proveedores basadas en la Confianza, la Lealtad y la Buena Fe, y dejar de entender a los trabajadores como un insumo más, para establecer con ellos relaciones de mayor compromiso. Estas ideas perturbaron desde siempre a algunos sectores, pero probaron su conveniencia. En esencia Deming sostenía que, con el apoyo de la ciencia, un esquema empresarial fundamentalmente bondadoso era buen negocio.
De pronto surge el ISO 9000 como garante de la Calidad, cuando sus propósitos de años eran de estandarización para facilitar el comercio internacional. Se introdujo en el ámbito empresarial por la vía coercitiva. Lo establecieron como condición para poder vender o acceder a ciertos mercados. Decían que Deming estaba incluido en tal sistema general de calidad, y en parte es cierto, como también lo es que se excluyeron todas las ideas que inquietaban a los vencedores. El ISO 9000 representa la traición a la Revolución de la Calidad y el derribo de una dificultad para el nuevo tipo de relaciones empresariales, cada vez más salvajes. Ilustremos cómo operan ahora las relaciones empresariales en el mundo globalizado:
Una empresa trasnacional requiere un componente que puede ser fabricado, satisfaciendo los aspectos de calidad, por algunas empresas en el mundo. Anuncia su requerimiento y arranca lo que podríamos llamar una subasta invertida. Se parte de un costo, que ya es razonable, y a partir de éste se les pide que compitan reduciéndolo lo más que puedan. Adiós a la buena fe.
Al final se asigna a la empresa que más está dispuesta a castigar el precio. Esta empresa, ganadora de la rifa del tigre, por supuesto que transferirá una buena parte del castigo contraído a sus trabajadores y a sus propios proveedores. De este modo se va extendiendo globalmente la pobreza.
El problema es en verdad grave y todo indica que el único ámbito razonable para su atención de raíz es el ámbito internacional. Los gobiernos de los países en forma individual da la impresión de que no pueden hacer mucho para resolverlo, pero sería una bendición que por lo menos no lo agraven.