La vida ha sido generosa con AMLO. Muchos de sus errores, con potenciales consecuencias graves, no han pasado a mayores.

 

Específicamente me refiero a las múltiples veces que ha denostado y expuesto a personajes de los medios de comunicación, de la clase política opositora y más recientemente a ciudadanos comunes, como el que tuvo la desafortunada idea de despedir personal por haber votado por Morena.

 

Que no haya sucedido una desgracia no le resta gravedad a la situación: lo que se previenen son los riesgos, y no se ha hecho.

 

Cuando en redes corrió el tema de esta persona que fue exhibida en la mañanera de estos días, yo planteé la pregunta: ¿y si lo asesinan?

 

En la irracionalidad que domina la discusión pública alguien comentó que yo sería el culpable; esto es, quien advierte el riesgo y no quien genera el riesgo, sería el responsable de la eventual tragedia.

 

Alguien más, una damita, fue más allá: ¿Y si te asesinan a ti? ¡Nadie te extrañará!

 

¡Válgame, Dios! Me regresó a los 70’s, cuando quienes teníamos alguna participación política desde la izquierda, por modesta que fuera, vivíamos en constante tensión, en plena conciencia de que alguien, con motivaciones diversas, podría atentar contra tu vida.

 

Finalmente, muchos somos blancos fijos; sin protección, sin vehículos blindados, vulnerables al límite. Conscientes de que cada nuevo día que vivimos, es porque a nadie se le ha ocurrido que debemos morir.

 

Por supuesto que a mí me pueden asesinar, y quizá algunos enfermos de la 4T sonreirían satisfechos o harían un festín. Pero de lo que sí estoy cierto, es de que no pocos me extrañarían.

 

Salvador Borrego, Ph.D.
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