“Que no nos distraigan las noticias”. Facundo Cabral.
Lo que prometía turbulencias de gran calado en la política mexicana, la extradición de Emilio Lozoya y sus posibles revelaciones, por ahora no está superando la categoría de la especulación y sus efectos en la opinión pública están siendo nulos. Al menos, políticamente hablando.
El Monitoreo de SABA Consultores de ayer día 28 nos habla de que, efectivamente, el “caso Lozoya” ha captado la atención de los ciudadanos, pero no ha tenido consecuencias ni en la identificación con los partidos, ni menos en la intención de voto de cara a la elección de Diputados del próximo año. Por otra parte, e independientemente de que se haya dado una redistribución en los respaldos de López Obrador, el resultado aritmético sigue siendo el mismo y este monitoreo nos muestra un panorama prácticamente sin cambios.
Esto es, la aprobación a AMLO sigue caminando con una estabilidad pasmosa, que de hecho hoy regresa de nuevo a su promedio tras el apenas perceptible bache de hace unos días, que desde el punto de vista estadístico no tiene trascendencia alguna. Andrés Manuel sigue disfrutando de una aprobación cómodamente cercana al 60 %, doblando el porcentaje de aquellos que lo desaprueban. Y, aunque aumentaron ligeramente las calificaciones bajas, en las altas Andrés Manuel culmina una serie por encima de su media, favorecida por estratos que se afianzan como nuevas fortalezas: los de más de 68 años y los de ingresos entre 2400 y 5000 pesos.
En el segundo caso, merece la pena detenerse en una cuestión interesante. La contingencia sanitaria, y el subsiguiente problema económico, han reducido en parte la capacidad adquisitiva de los estratos económicos medios. Es cierto que ese segmento, el que va de los dos mil quinientos a los cinco mil, no se había considerado en las mediciones hasta hace relativamente poco tiempo, y antes quedaba englobado en una horquilla más amplia, que llegaba hasta los 8500. Sin embargo, no cabe esperar que ese respaldo, casi entusiasta, que recibe de ese grupo López Obrador proceda de una clase media empobrecida, sino seguramente de familias que, procediendo de una mayor pobreza, han mejorado en algo su situación económica.
Sería, pues, un signo de avance que, en principio, habría que reconocer a la administración de AMLO. Con una sola salvedad: si no se trata de mejoras estructurales y sí, tan solo, de programas sociales, tendremos el mismo problema de siempre. Pan para hoy, hambre para mañana. No obstante, ojalá sea un síntoma de que se está reorientando la política fiscal de un modo redistributivo, pero también de que esto no vaya a las costillas de la sufrida clase media, que corre un claro peligro de extinción, si la Federación no arregla sus cuentas con las grandes corporaciones. En el buen sentido de la palabra, lo de arreglar cuentas, claro está.
Además de estos nuevos sectores que se suman a aprobar a AMLO, y que compensan sus retrocesos en las áreas urbanas y, en especial, en la Ciudad de México, el Presidente parece conservar a los de menos ingresos y estudios y a quienes no son usuarios de internet. Aquí volvemos a observar el fenómeno de la transferencia de respaldos: el priísmo tradicional sostiene claramente al Presidente, pero, con la boca pequeña, se resiste a denostar al PRI. El tricolor completa una serie por debajo de su promedio en identificación, y quienes menos la propician son precisamente los que no tienen estudios o los que tienen hasta primaria, quienes trabajan en el hogar y quienes ingresan menos de 2400 pesos. El Revolucionario Institucional, de repente, no se reconoció a sí mismo, y en cambio sus gentes sí parecen reconocerlo en la figura de Andrés Manuel. Válganos, Dios.
Pero, siguiendo con los partidos, decíamos que, desde el punto de vista estricto de las preferencias políticas, los efectos del caso del exmandatario de Pemex están siendo, por ahora, nulos. Incluso el rechazo a EPN ha descendido, como se observa en el rubro de peores políticos, donde de nuevo repunta Salinas. Es cierto que en el PAN, tras un aviso favorable, se desinfla en identificación, pero también lo hace Morena, que evoluciona por debajo de su promedio, igual que el PRI. Es decir, empeoraron todos y aumentaron quienes no se identifican con ninguno.
Por otra parte, la estabilidad es total en intención de voto. Con estos datos, Morena no tiene en absoluto garantizada la mayoría en la cámara, y mucho menos si llegara a cristalizar un frente opositor. Claro que para eso tendría que comparecer la oposición, que por ahora ni está ni se la espera, tal vez demasiado acomodada o demasiado acobardada a la espera de que el trato con Lozoya no salpique demasiado. Dicen que el delincuente puede tal vez escapar del castigo, pero nunca del miedo a recibirlo.
Mas el impacto del caso del recién extraditado no es del todo inexistente. El “Top of mind” del pensamiento de los ciudadanos sigue otorgando el papel protagonista al Covid19, apareciendo como contingencia puntual la tormenta Hannah. Pero Lozoya se sitúa en segundo lugar como asunto de actualidad, pudiéndosele atribuir también la presencia de conceptos como la corrupción en general o la detención de políticos. Al margen de que una parte del “pueblo bueno” manifiesta su disconformidad con el Presidente afirmando que lo que más presente tiene es que “AMLO hace puras tarugadas”, el “Top of mind” lo que nos está presentando es una opinión pública centrada en la pandemia como principal cuestión de fondo, pero evidentemente con Lozoya como el tema político estrella de la actualidad.
Además, y a pesar de la grave situación generada por el Covid19, y de la propia polarización de la atención que esto propicia, es un hecho que la corrupción ha regresado al pensamiento de los mexicanos. No sólo como asunto de interés, sino como inquietud: poco a poco, va adquiriendo relevancia entre las principales preocupaciones de los ciudadanos. Y, en consecuencia, acortando la distancia con respecto a la terna que integran las tres desazones primordiales: coronavirus, inseguridad y economía.
Esto, por sí solo, ya es digno de análisis. Estamos viviendo semanas de acumulación vertiginosa de noticias políticas, muchas de ellas no de poco calado. La fisura en el Gabinete Presidencial a cuenta de la militarización de los puertos, que se suma a las fisuras previas en Hacienda y en el IMSS. Los datos de PEMEX, que continúa siendo el pozo inagotable de pérdidas sin fondo con sus 44.300 millones de pesos en el segundo trimestre. La triste y ridícula escenificación de la conferencia del Presidente con el avión de decorado, como si el mantenimiento de la nave en el hangar no estuviera costando más que un uso razonable de la misma. O como si con las pérdidas de la petrolera, solo en este trimestre, no se pudieran comprar diez aviones como ese.
Son ese tipo de trucos de vodevil los que con demasiada frecuencia desacreditan a López Obrador y generan la insistente sospecha de que, también con demasiada asiduidad, abusa de las cortinas de humo. Mientras tanto, se recrudece la pandemia, que se acerca a los 45 mil muertos, esta sí en velocidad de crucero. Las cifras de México se sitúan, por más que desde el Gobierno Federal se insista en lo contrario, entre las peores a nivel mundial, teniendo como compañeros de viaje en ese dudoso honor precisamente a aquellas naciones cuyos líderes, igual que AMLO, minimizaron la importancia del virus y contribuyeron a la confusión: EE. UU., Brasil, Gran Bretaña; Trump, Bolsonaro, Boris Johnson. Dime con quién andas y te diré quién eres. De hecho, y lamentablemente, México se especializa hace años en encabezar listas negras: asesinatos de periodistas, crímenes ecológicos, y ahora también muertes por Covid19.
Algunos de sus correligionarios, aún circunstanciales, empiezan a sentirse incómodos con la forma de conducirse de Andrés Manuel. Agustín Basave, el turista profesional, compañero de viaje desde el PRI, escribió hace poco que sentía vergüenza ajena. Zepeda Patterson, poco original, solicitaba defender a AMLO de sí mismo, seguramente retrocediendo hasta la atalaya, el último baluarte del castillo de la fe en el líder, donde se defiende lo que no se puede ya defender. Quizá me identifique más con la opinión de Viridiana Ríos: el problema de México es estructural, no coyuntural, y tal vez el inconveniente no sea AMLO, ni sus “acciones, errores u ocurrencias”, sino el hecho de centrar el debate en la figura del Presidente y obviar las verdaderas cuestiones de fondo. AMLO, más que ser un problema, es solo una de tantas consecuencias de los muchos obstáculos que sufre el desarrollo de México desde hace décadas.
Se ha cumplido, empero, el primer objetivo del Presidente: el regreso de la corrupción al primer plano del debate político. Esto reforzaría su tesis de que se trata de la preocupación capital de los mexicanos, por más que reiteradamente los ciudadanos afirmen que les angustian más otras cuestiones. Pero debemos insistir: ese regreso a escena de las corruptelas será insuficiente, incluso contraproducente, si no se cumplen las expectativas generadas.
El flamante delincuente extraditado, por ahora, no recibe más que prebendas, que a buen seguro no serán del gusto del ciudadano común si no queda claro a cambio de qué las recibe. Parece que llegó a México con anemia. Pobrecito, los banquetes en las mansiones de lujo de la mafia rusa de Marbella no deben ser ya lo que eran, ¿quién tendría corazón para enviarlo a prisión después de tanto sufrimiento? Hubo trato con Lozoya, pero ¿habrá truco? ¿Asistiremos a un nuevo acto de la eterna escenificación? ¿Qué será, truco, trato, o ambas cosas?