Las encuestas, como tantas otras actividades del saber humano, son esquemas metodológicos que por lo común nacen como ideas nuevas, muchas veces geniales, que evolucionan en el tiempo tanto en su constitución para mejor atender el problema central que resuelven, como en su fundamentación científica.
En el caso de las encuestas sabemos que la idea original surge en tiempos de la Comuna Francesa (1871) en un intento por conocer lascondiciones laborales de los trabajadores, basándose en una pequeña parte de ellos que fueron contactados por correspondencia.
Es más importante por otras cosas, pero el padre de la encuesta es Carlos Marx.
George Gallup se hizo famoso porque en 1936 propuso un tipo de muestreo conocido como de Cuotas. Esto es, que cierto tipo de sectores, identificados y a la vista, tuvieran en la muestra una proporción aproximadamente igual que en la población.
Paul Lazarsfeld observó que ese balance, restringido solo a lo que está a la vista (edad, raza, nivel económico, sexo, nivel educativo, etc) no daba suficiente balance o similitud entre muestra y población, y resuelve el reto introduciendo la aleatoriedad como procedimiento para obtener muestras.
Lazarsfeld les da sustento científico a las encuestas, esto es, las formaliza, las hace confiables. Por supuesto, siempre y cuando quienes las hagan sepan estadística (no son muchos) y siempre confiables respecto al tiempo del trabajo de campo, no respecto del futuro. Por eso cuando a mí me preguntan quién va a ganar, mi respuesta es «sabrá Dios, uno no sabe nunca nada».
Toda esta larga introducción es porque, justo Lazarsfeld, nos plantea cómo la percepción política la forjamos con base en nuestro entorno social inmediato, esto es, a todos se nos forma la distorsión de creer que el voto ciudadano será justo como el que tienen las personas que nos rodean. Por ello escuchamos barbaridades, incluso entre gente inteligente, como las siguientes:
• Ya nadie quiere a los partidos.
• Todos queremos un cambio.
• Andaba todo Monterrey en la Isla (del Padre)
Los más afectados por esta circunstancia, curiosamente, son los candidatos. A ellos, sus entornos sociales inmediatos siempre les hablan de triunfo. Por ello creen en las encuestas que les dicen que van ganando y desconfían de las encuestas que les dicen que van perdiendo.
Es claro que esto los hace víctimas de los modernos pícaros que, invariablemente, elección tras elección, los hacen felices durante las campañas con la fantasía de que van arriba.
Todos o casi todos los candidatos muestran encuestas favorables y su firme convicción de triunfo. Solamente uno de ellos ganará. Los demás, salvo excepciones, pensarán que les hicieron fraude y se prepararán para la siguiente elección. Tendrán un equipo de campaña más experimentado y, por supuesto, un encuestólogo que de nuevo los hará felices durante toda la campaña.