En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira. Todo es según el color del cristal con que se mira. – Ramón de Campoamor.


Lo mucho que ha dado que hablar el resultado de las elecciones estatales del pasado domingo no parece haber afectado a la opinión de la ciudadanía, en especial en cuanto a los datos relativos a AMLO. Según la medición de SABA Consultores, la aprobación y desaprobación del presidente resulta casi un calco de la de la semana anterior, y lo mismo pasa con sus calificaciones. Don Andrés permanece sólido, y las únicas variaciones, en general leves, aparecen en indicadores secundarios, como por ejemplo un inesperado sentimiento de optimismo con respecto al PAN, que recibe sorprendentes avisos positivos en identificación e intención de voto, sucediendo lo propio con Felipe Calderón en el rubro de mejores políticos. Más singular aún es la alerta favorable que recibe nada menos que Ricardo Anaya en las preferencias para liderar la coalición opositora. No se entusiasme don Ricardo, porque con todo y una serie por debajo de su media en cuanto a rechazo, sigue despertando muchas antipatías. Que el panismo se desperece después de los magros resultados del domingo nos dice con lo poco que se andan conformando.


Los priístas, que perdieron el registro en Quintana Roo, muestran leves descensos, pero no caen por ningún despeñadero como el alcalde de Cuernavaca. Así que todos, Morena y oposición, nos presentan lo del domingo como un éxito, lo cual nos habla de un problema ya señalado muchas veces de la clase política en general, que no respetándose a sí misma, difícilmente puede respetar a la ciudadanía. Hace tiempo que sabemos que el obradorismo es una especie de versión 2.0 del priísmo más rancio, y también que la 4T está integrada en gran medida por los mismos perros con distinto collar, pero eso no explica totalmente la fortaleza de Andrés Manuel. Hay otros factores: la vergonzosa debilidad opositora, que mientras agarre hueso al final termina meneando la cola; el hartazgo general de la mayoría de los mexicanos, ayunos de alternativas, que tienen como natural prioridad llegar al final de la quincena y con frecuencia demuestran rachas de hastío por la política; la ausencia de espíritu crítico; y un gatopardismo que alardea de cambiar todo para no cambiar nada de nada.


Los motivos del indiscutible carisma de AMLO van más allá del empleo de los programas sociales, copiado del priísmo que otrora integró y ahora critica, aunque se demuestre una y otra vez que la fortaleza principal del presidente son las dádivas. La pervivencia de Morena se vincula a la de su líder, y si no, que le pregunten al PRD cómo le va desde la ausencia del de Tabasco. Pero quienes se hacen llamar oposición se muestran jodidos, pero contentos, demostrando una vez más que lo que les importa son las cuotas de poder. La polarización que parece presidirlo todo es un invento artificioso, y el vergonzoso espectáculo dado por unos y otros en la campaña ya quedó olvidado, convirtiendo enfrentamientos y descalificaciones en una simple puesta en escena que desenfoca los problemas de fondo. Claro que hace falta una regeneración nacional, pero también racional, y la racionalidad ni está ni se la espera. Brilla por su ausencia en las decisiones y actitudes políticas visibles, aparentemente protagonizadas por las vísceras hasta que vuelve la calma una vez repartidos cargos y prebendas. Un análisis desapasionado lleva obligadamente a concluir que no hay calidad política ni personal, y mucho menos preparación, para el gran pacto de Estado que México necesita. Al ciudadano solo le queda una amarga sensación de déjà vu que se repite semana tras semana, elección tras elección: al final, entre ellos se arreglan, y hasta la próxima.