Según una leyenda norestense, en el umbrío fondo de los patios o traspatios de aquellas casas de fresco sillar, siempre había un árbol donde amarraban a su loquito, si lo tenían, y si no, pos no.
De esa leyenda he derivado la conseja de que los partidos políticos deben hacerse cargo de sus loquitos, que siempre tienen, pero estamos viviendo un fenómeno global donde ya no son los cuerdos los que amarran a sus locos, sino que ahora son los locos los que amarran a sus cuerdos.
En Estados Unidos tienen a un tremendo loco que se apoderó del Partido Republicano, y ahora amenaza con generar un baño de sangre si no lo reconocen como triunfador en las próximas elecciones presidenciales de noviembre. Es de creerse, después del desmadre que provocó en el Capitolio el 6 de enero de 2021.
Nosotros en México tenemos a otro loco que nos habla de un golpe de estado, acusando de ello a las debiluchas instancias legales, cuando es él quien ha deslegitimado el proceso electoral con sus ilegales intromisiones chachalaquientas. También es de creerse, dados sus antecedentes antidemocráticos y de violencia pacífica, insultos con todo respeto y mentiras sinceras.
Lo más descorazonador del tema es que, como dicen Roger Eatwell y Matthew Goodwin en su libro Nacional populismo, las cuatro razones básicas por las cuales surgen estos liderazgos como los de AMLO y Trump, son las siguientes:
- Numerosos ciudadanos sienten que ya no tienen voz en la política.
- El aumento de la inmigración y el rápido cambio étnico amenazan a su grupo nacional, su cultura y sus modos de vida.
- El sistema económico neoliberal los abandona en comparación con otras personas en la sociedad.
- Ya no se sienten identificados con los dirigentes políticos.
Dicho de otro modo, un amplio grupo social se siente marginado, olvidado, con la convicción de no ser tomados en cuenta.
En condiciones tales, el discurso populista prende con gran facilidad, porque hay razón para la sinrazón.
Y para acabarla de chingar, si quienes formalmente se oponen a los populistas o nacional populistas, no se distinguen por “tomar en cuenta a la gente”, como cuando la mandaron a chingar a su madre imponiendo a Xóchitl como candidata, más que opositores se convierten en un sólido soporte para los loquitos.
Salvador Borrego, Ph.D.
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