“Tanto peca el que dice latines delante de quien los ignora, como el que los dice ignorándolos”. Miguel de Cervantes.

 

Este Jueves Santo resultó de pasión para López Obrador. Pero no en el sentido de padecimiento, sino en el de la otra acepción de la palabra, la que define el entusiasmo y la vehemencia. Vista la manera en que salen en su defensa sus seguidores más acérrimos, podríamos decir que frenesí. La cuestión es que en la medición realizada ese día por SABA Consultores encontramos que no hay desgaste alguno en cuanto a sus niveles de aprobación. Antes bien, una nueva tendencia al alza lo hace rozar en ese aspecto la advertencia positiva, descendió la desaprobación, y en los indicadores sobre la calificación a su desempeño los avisos favorables llegan en algún caso al grado de alerta.

 

Tal vez el nivel real no llegue al 69,1 % que indica el monitoreo, pero seguramente sea superior al 62 que establece la media de la encuesta. Plieguen, pues, una vez más, velas, quienes andan pregonando un prolongado descenso en el respaldo a AMLO, sea esa conclusión fruto de su incompetencia o de su mala voluntad, o incluso de sus frustrados deseos. Andrés Manuel aguanta firme con el respaldo popular contra viento y marea.

 

Se suele citar, aun sin saberlo, a Antonio Machado, cuando se dice que “la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero”. Esta frase, que es el comienzo del extraordinario “Juan de Mairena” del poeta sevillano, queda inconclusa en la cita popular, que generalmente obvia que no se refiere a un acuerdo, sino a una discrepancia, porque el genial escritor remata el no menos agudo inicio de la obra con la siguiente conversación:

 

Agamenón: – Conforme.
Su porquero: – No me convence.

 

Esta discrepancia sobre la verdad, que encierra todo un tratado sobre los puntos de vista, tiene mil acepciones en el imaginario popular y en la vida real. No sucede, en cambio, así, en esa especie de cuerpo místico que han formado AMLO y sus seguidores, en el cual la disensión no es ni posible ni permitida, ni al partidario ni al contrario. Situación que al de Tabasco le viene, esta sí se la compro, como anillo al dedo para desarrollar cómodamente su función ejecutiva. Es posible que el incremento de la suma de quienes aprueban al Presidente responda en parte a una alteración de los sumandos que la componen, pero el resultado, como está a la vista, sigue siendo el mismo.

 

Que esto se produzca después de la exaltación pública de la nada total y absoluta que supuso su intervención del Domingo de Ramos no deja de ser sorprendente, pero ahí entramos de lleno en el terreno de las hipótesis. Una que yo, personalmente, manejo, es la de la retroalimentación entre el relato de AMLO y las reacciones de sus seguidores, que siguen funcionando como enamorados, con todo lo hermoso, pero con todo lo irracional del término, por más que pase el tiempo. Contradiciendo el principio que cantó Sabina según el cual la pasión, en la acepción que aquí manejamos, por definición no es duradera, sigue diciendo lo que sus fieles quieren escuchar y ellos le responden de igual modo, independientemente de lo realista o no que sea el discurso de Andrés Manuel.

 

La intervención del pasado domingo fue un ejercicio de grandilocuencia vacía y un homenaje monumental a la nada. Fue tan sólo la reiteración de los manidos lugares comunes que AMLO maneja desde hace tiempo, y fue así por la sencilla razón de que, desde su óptica, eso le rinde. Y, para él, funciona, porque continúa actuando en el ejercicio de gobierno con la aritmética del que está en campaña, para el que solo cuentan los porcentajes y no la cruda realidad de la administración. Desde esa óptica, qué importa que el mensaje estuviera trufado de ideas obsoletas sobre una economía subsidiada, cuya inefectividad quedó demostrada hace décadas y en cuantas partes se intentó implementar.

 

Qué importa vivir en otra realidad que se corresponde con otro tiempo, qué más da que los contenidos sean caducos, si en esa especie de onanismo colectivo todos están conformes, el guía y su pueblo, en caminar juntos aunque sea hacia el inevitable fracaso. Que, de darse, sería también colectivo, eso no conviene olvidarlo. Poco importa también seguir atizando los rencores y la polarización, porque el de Tabasco es incapaz de desembarazarse de sus resentimientos y necesita señalar al enemigo, aunque eso sea a costa de agudizar una división que, en caso de que venga una crisis económica como la que se adivina, puede desembocar en una situación muy peligrosa.

 

Prueba de ello es lo que hemos observado en estos días entre sus detractores, que tampoco le están yendo a la zaga en cuanto a inconsciencia y en muchas ocasiones falta de escrúpulos. Hemos visto llamadas a la desobediencia civil, a la rebelión fiscal, y, entre las más escalofriantes, al despido de todos aquellos que se sepa que votaron a AMLO para que sufran en sus carnes las consecuencias del sentido de su voto. No cabe más insensatez e imprudencia, y quienes así proceden no son menos responsables del camino hacia el abismo que el Presidente al que acusan y los votantes a los que culpan de su triunfo. Se cuenta que, antes de la sangrienta Guerra Civil Española, durante nuestra turbulenta II República, algunos terratenientes monárquicos ordenaron prescindir de los jornaleros simpatizantes de la izquierda, y que los capataces, al comunicar el despido, les decían: “Ahora, comed República”. No cabe ejemplo más ilustrativo, sobre todo si tenemos en cuenta el dramático desenlace.

 

Fomentar la polarización es un pecado tan capital como la soberbia de Andrés Manuel, y tan cierto como ésta. Porque quiero creer que en el Presidente no hay maldad, sino que su principal defecto es un empecinamiento que le ciega, y que le ciñe a aquello de Vox populi, vox Dei, y así se lo está haciendo creer a sus seguidores, creo que, en eso sí, de manera dolosa. El pueblo delega en el ejecutivo esa capacidad precisamente para asumir la responsabilidad, y no para trasladarla de nuevo a su origen con cualquier consulta a mano alzada. Y menos para manipular con dádivas inviables.

 

Porque una explicación no poco probable del fortalecimiento de AMLO la debemos buscar en los hipocentros de sus avisos positivos, en los que figuran los que más contribuyeron a ello, y ahí queda claro que lo impulsan los de menos estudios y sobre todo quienes no tienen acceso a internet. Son, por lo tanto, quienes reciben la mayor parte de la información a través de medios tradicionales, en los que domina el relato del Presidente ¡Cuántas veces se acusó al PRI, ahora “prian”, de potenciar la ignorancia y de controlar los medios para manipular con más facilidad! ¡Cómo aflora el priísta de la vieja guardia que es AMLO en discursos como el del domingo! Un discurso que cumple doblemente la cita que precede a este artículo, pues estuvo lleno de latines, pero los ignoraban tanto el que los decía como la mayor parte de su auditorio.

 

No es bueno para AMLO, ni en consecuencia para México, que avance sin oposición y con el beneplácito general aun ante errores tan evidentes como la ausencia de un plan económico que alivie la crisis que se viene, las contradicciones en el manejo de la pandemia, o más recientemente la lamentable actuación de Rocío Nahle en la OPEP, que ha arrojado la política energética mexicana nada menos que a manos de Donald Trump. El gringo acudió presto al rescate, pero ya se sabe: cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía. O al menos debería desconfiar.

 

Al respecto de los peligros de la autocomplacencia, les comparto, sin que sirva de precedente y dadas las fechas en que estamos, una anécdota que expresó ayer el predicador oficial del Vaticano, Raniero Cantalamessa. El pintor James Thornhill se sobrecogió de tal modo al contemplar el fresco que estaba realizando en la Catedral de San Pablo, en Londres, que retrocedía para verlo mejor sin darse cuenta de que iba a caer al vacío desde los andamios. Uno de sus asistentes, ante el peligro de que un grito anticipara la tragedia, mojó un pincel en el color y lo arrojó en medio del fresco. El maestro dio un salto hacia adelante: su obra estaba comprometida, pero él estaba a salvo. Ojalá, de entre los millones de seguidores AMLO, surja un movimiento que comprenda que su artista favorito no puede perder la referencia y caer al abismo por puro arrobo al contemplar su obra inconclusa. Sería el fin del artista, de la obra, y tal vez de la catedral donde la pinta, que no es otra que el México que le encargó la ejecución.

 

En cuanto a la peligrosísima polarización, insisto en mi encarecida petición de abandonar ese camino, tanto al propio Andrés Manuel, como a los que a ambos lados de la discusión contribuyen a sembrar la discordia. Para ello viene muy al caso otra cita del Mairena de Machado: “Que cada cual hable de sí mismo lo mejor que pueda, con esta advertencia a su prójimo: si por casualidad entiende usted algo de lo que digo, puede usted asegurar que yo lo entiendo de otro modo”. Añado yo que no por eso nos hemos de matar.