En viernes santo: Reflexiones de un perdedor.
Quizá este sea el primer capítulo de un libro autobiográfico que desde hace años tengo el propósito de escribir: “Salvador Borrego, la historia de un fracaso”.
¿En verdad soy un loser? Podría ser, pero también se podría decir que soy un hombre exitoso. Si por algo se ha caracterizado mi vida ha sido por las bendiciones que he recibido, pero también es cierto que he fracasado en mis intentos por desarrollar una cultura estadística en México, que nos podría hacer más competitivos, más democráticos y quizá hasta más felices, o al menos con una felicidad más basada en nuestras condiciones objetivas de vida, que en nuestra voluntad cristiana de procesar las adversidades orientados a la aceptación, con la sola esperanza en nuestras alforjas.
El México que soñé, y no veré, era un México que entendiera la esencia de la Ciencia Estadística: El problema de la variación, su reconocimiento como tal, que en los procesos productivos nos hiciera más competitivos y en los sociales, en nuestra convivencia, más tolerantes.
Me habría fascinado poder influir para que las ideas de W. Edwards Deming se hubieran arraigado; ideas que impulsaban una filosofía empresarial que privilegiaba no solo la ciencia y la técnica, sino también el humanismo, para establecer relaciones obrero-patronales y cliente – proveedor más justas, y al propio tiempo más beneficiosas para todos.
Me habría gustado influir para que, en la primaria y la secundaria, los niños jugaran con la idea de la variación; que se hicieran divertidas las operaciones aritméticas, al permitirles asomarse a los misterios de la incertidumbre y la adivinación.
Quizá la mayor dificultad que he tenido es que mis propósitos adolecen de falta de pureza, de un genuino desinterés, porque una sólida cultura estadística impactaría directamente en mis intereses económicos. ¡Ah! Si los políticos entendieran mis Monitoreos y mis Cartas de Navegación Política, no solo tendría mucha chamba, les podría cobrar el triple y lo pagarían con gusto; el consuelo que me queda es que poco a poco irán permeando mis ideas; llegará el día en que los clientes potenciales dirán: ”Pinche Borrego, no estaba tan pendejo”, y busquen beneficiarse de mi metodología; yo ya estaré muerto, pero mis hijos podrán atenderlos.
Por lo pronto seguimos en esta época oscura de nuestro desarrollo económico, social, científico y cultural. Ayer vi a Ricardo Salinas Pliego, un prohombre de la 4T, dirigir un mensaje a los jóvenes de México, instándolos a no perder el tiempo estudiando posgrados, que se conformaran con los conocimientos más básicos y con ellos se lanzaran a conquistar el mundo.
Los grandes pensadores, como Henry Poincaré, que influyeron en mi generación convenciéndonos de “El valor de la ciencia”, han sido descontinuados, desacreditados, por la ideología dominante en la era AMLO.
La Rebelión de los Pendejos ha triunfado, y se enseñorea en su triunfo; quienes como yo estudiamos dos carreras en México, dos maestrías y un doctorado en USA, donde según AMLO “nos enseñaron a robar”, debemos replegarnos.
Son tiempos difíciles, sin duda, muchas de las mentes cultivadas de México ya han emigrado, pero algunos seguiremos aquí y daremos la pelea.
Les anticipo el resultado: El conocimiento siempre termina por imponerse a la ignorancia; el bien, por designios de Dios, ha de imponerse al mal; la razón disipará la irracionalidad; ¡nos los vamos a chingar!, pero seremos magnánimos en la victoria: ¡No se las vamos a meter doblada!
Libertad, igualdad, fraternidad y racionalidad.