Hoy me encontré al amor.

 

Eran dos jovencitos, me llamaron la atención a la distancia, mientras me aproximaba a uno de los cruceros de Calzada Madero. Parecía que discutían, manoteaban, pero al detener el coche por el rojo del semáforo, me di cuenta que era la algarabía que dos enamorados concluyeron con un beso, para disponerse cada uno a sus tareas.

 

Ella se dedicó a ofrecer dulces a los automovilistas, y él a limpiar los parabrisas. Eran la viva imagen de la marginación, pero la humildad de sus ropas hacía un brutal contraste con la alegría con que se aprestaron a realizar sus labores.

 

Me conmovieron, pero no por su condición de evidentes apremios económicos. Me conmovió ver en ellos el amor, en el estado de pureza que solo se da en la pobreza. Inevitablemente recordé a Federico Engels, en “El origen de la familia, la propiedad privada y el estado”, donde justo afirma que es entre los pobres donde se da el amor de manera más genuina (cito de memoria).

 

Pude ver, en estos jovencitos, la explicación de por qué, a pesar de todas las calamidades que vivimos en México, 93.2% nos consideramos felices; y advertí en la forma en que ofrecían sus modestos servicios y la forma en que agradecían, que el discurso polarizador está condenado al fracaso.

 

¡Saldremos adelante compañeros! Por más esfuerzos que se hagan para dividirnos, la cizaña que afanosamente se trata de sembrar entre nosotros, dada nuestra condición de ser felices, no encontrará un terreno fértil.

 

Hoy quedé maravillado por el amor, por el amor sexual, como diría Engels; pero también por el amor social: el valladar que nos protegerá de la polarización.

 

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