El día D: El día de ir a darlas.

 

Las campañas electorales están llenas de fantasías. Las encuestas son una fuente inagotable de éstas, pero hay otras fantasías que se mueven en el ámbito político electoral, tales como que los indecisos finalmente votarán por nosotros, que nuestro feeling nos indica claramente que vamos a ganar, aunque las encuestas indiquen lo contrario, etc.

 

Quizá la mayor fantasía es la que se conoce como el día D, en referencia clara al desembarco de los Aliados en Normandía, en las costas francesas, el 6 de junio de 1944, hecho determinante en el desenlace de la Segunda Guerra Mundial.

 

En las campañas electorales se prepara con mucho esmero y con mucha inversión el día D, con la ilusión de revertir resultados adversos o amarrar los favorables que se tienen.

 

A final de cuentas los resultados son perfectamente anticipables cuando se mide con regularidad la correlación de fuerzas, y particularmente cuando se mide hasta el día previo a la elección.

 

Sin embargo, la ilusión de ganar en ese día, como los boxeadores que todo madreados conservan la ilusión de dar un golpe de suerte en el último round, es inevitable. Debemos recordar que el entorno social inmediato de todos los candidatos es de éxito, porque justamente está conformado por sus seguidores, por sus colaboradores, por quienes acudieron voluntariamente a sus eventos, justamente para expresarles su apoyo. En consecuencia, se genera en ellos la inequívoca convicción de que van a ganar.

 

Todos llegan con la ilusión de que ese día será un día de triunfo, pero a final de cuentas solamente uno va a ganar. Por eso, aunque todos comparten la idea de que el día D es el día del triunfo, en términos estadísticos, de manera más generalizada, el día D es el día de ir a darlas, como coloquialmente se expresa la idea de ir a perder.

 

Finalmente pues, tenemos una condición quizá inevitable, el día de las ilusiones rotas, al menos mientras no tengamos elementos culturales estadísticos en la clase política, que les indique que la forma de conocer el sentido de la voluntad popular, de la voluntad de los electores, es a través de las encuestas. O, mejor aún, a través de una secuencia de encuestas con una misma metodología, que permita observar la evolución del proceso, para no generar falsas expectativas.

 

Mientras no tengamos esos elementos culturales ni en la clase política ni en la intelectualidad, vamos a seguir en estos ríos de confusiones, en estos ríos de ilusiones, que desembocan por lo común en el mar de frustraciones que es la vida de la mayoría de los políticos.

 

Hoy algunos candidatos viven el drama de decidir seguir o no seguir en la contienda, de declinar o no declinar a favor de otro con más posibilidades de éxito, en aras de que otra opción indeseada no llegue al poder. Decisión difícil sin duda; debe ser terrible cargar con la responsabilidad de la decisión de una elección, sobre todo cuando se reciben presiones múltiples al respecto.

 

Al final de cuentas somos, como diría Amado Nervo (o Mamado Nervo), arquitectos de nuestro propio destino, y cualquier decisión es legítima.  Sin embargo, sería grave decidir en un sentido y determinar en consecuencia un sentido indeseable de una elección, con base en la fantasía de que vamos a ganar, cuando las posibilidades de que esto ocurra son escasas.

 

¡Hagan su juego señores!

 

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