Te doy amor, y tú, y tu mi bien, qué me das…

 

La vida es un permanente quid pro quo, damos unas cosas por otras, a veces de manera explícita, las más sin tener plena conciencia de ello.

 

Desde hace días anuncié que daría una explicación ranchera de por qué se ha dado esa conexión emocional tan fuerte entre AMLO y La Muchacha, pero hice una pausa para leer un libro de muy reciente publicación, pensando que quizá ahí se presentaría una mejor explicación. El libro en cuestión es de la autoría de Luis Antonio Espino y el título es: “López Obrador, el poder del discurso populista”.

 

No encontré la respuesta que buscaba en el libro, pero sí otras muy muy interesantes, que explican la forma en que se va generando una conexión desvinculada de la realidad, para generar una condición de polarización irracional que hace perder sentido, en la discusión pública, a los hechos, a los datos, al conocimiento, a la ciencia.

 

Les recomiendo ampliamente el libro a que hago mención, pero lamentablemente el autor no nos explica qué es lo que recibe la gente de un candidato populista, de un líder demagogo, para lograr esa conexión tan fuerte.

 

En este quid pro quo, ¿qué es lo que recibe una persona para que se geste en ella una condición de obediencia ciega, de fascinación, de obnubilación, de enamoramiento?

 

Pues bien, compañeros, empiezo a desarrollar mi idea ranchera de cuál es la razón:

 

  1. En primer término que somos un pueblo de pobres, que vivimos carencias, insatisfacciones, penurias; de las cuales nos sentimos, al menos en parte, responsables, y vamos por la vida cargando ese peso, esa responsabilidad de ser culpables, al menos en parte, de no proporcionar a nuestros seres queridos lo que quisiéramos, o de no tener para nosotros mismos la condición de vida que alguna vez soñamos.
  2. Somos un pueblo cuya característica fundamental es la envidia, lo cual no es privativo de nuestro país; es una condición común de todos aquellos países que han derivado de alguna colonia española. Dicen que los españoles, para ser felices, deben tener garantía de que se irán al cielo; pero para ser completamente felices, requieren también la garantía de que su vecino se irá al infierno. La envidia es un fenómeno de inmediatez social. Envidiamos al vecino, al amigo, al hermano, al compañero de trabajo. Solo los muy enfermos envidian a Bill Gates o a Carlos Slim.

 

Pues bien, qué nos da un candidato que nos informa, que nos vende la idea de que somos un pueblo inmensamente rico, con recursos naturales bastos, suficientes para vivir con comodidad sin esforzarnos demasiado, pero que ha habido unos villanos que se han encargado de robarnos lo que a todos nos corresponde en justicia, y nos han mantenido en una condición de miseria.

 

En términos más específicos, ese villano es el neoliberalismo. Es el que nos ha robado el paraíso que Dios nos regaló. He aquí lo que nos obsequia el líder populista: ¡la expiación de todas nuestras culpas!; ya no somos responsables de nuestra condición de pobreza, de nuestras limitaciones, de nuestras penurias; han sido los malditos neoliberales quienes nos han robado lo que nos pertenece por el solo hecho de haber nacido en México.

 

Se hace la conexión, y se establece el nosotros, el pueblo, contra él ellos los adversarios, y como brillantemente explica Luis Antonio Espino, dejan de importar los datos, la información, la razón; para centrar la atención únicamente en si estás con AMLO y con nosotros, en cuyo caso eres todo virtud, y aunque vendas niñas no te debemos estigmatizar; o si estás en contra de AMLO y en consecuencia eres corrupto, neoliberal, fifí (afeminado) y aunque estés bien jodido pasas a formar parte de la Mafia del Poder.

 

La envidia viene a cerrar la pinza, porque exacerba la polarización y la irracionalidad. En este contexto de polarización, ahora acuso a mi hermano, a mi amigo de toda la vida, de corrupto, de neoliberal, porque se partió la madre toda la vida estudiando y trabajando, y como consecuencia de ello tiene un nivel de vida superior al mío.

 

Se distorsionan las convivencias familiar y social; la solidaridad que nos ha caracterizado se mantiene, pero el agradecimiento cede terreno ante fantasías reivindicatorias nunca satisfechas.

 

¡Y en estas estamos compañeros! Perdidos en un laberinto del que seguramente saldremos, pero a un costo social muy elevado.

 

¡Hasta la próxima!

 

saba@sabaconsultores.com