“Cuidado con el hombre que habla de poner las cosas en orden. Poner las cosas en orden siempre significa poner las cosas bajo su control.” Denis Diderot.

 

Los datos de SABA Consultores correspondientes al día 4 de mayo nos hablan, una vez más, de la estabilidad en la aprobación a AMLO. No de una nueva estabilidad, sino de la misma estabilidad. Lo digo porque quienes confiamos, creo que con razones objetivas, en que esta situación excepcional termine, esperamos al menos un regreso a la antigua normalidad, no la llegada de una “nueva normalidad”. Un concepto cuyo contenido, nada claro y bastante inquietante, está cundiendo en la política comunicativa de muchos gobiernos. Especialmente, no cabía esperar menos, en aquellos que tienen cierta tendencia totalitaria, unos más a la vista y otros menos. Hoy mismo, el enunciado en redes sociales de la “mañanera” que se está desarrollando mientras escribo estas líneas es el siguiente: “Es tiempo de nuevas formas de convivencia política y social”.

 

Quedo a la espera de los detalles, pero sigo inquieto ante la posibilidad, bastante cierta, de que estas circunstancias excepcionales pasen de ser un problema grave a enfrentar y solucionar, a una excusa para implementar medidas de más calado que poco tengan que ver con la naturaleza de esta crisis. No me olvido, ni nadie debería, que para el Presidente esta contingencia es un hermoso anillo para embellecer su revolucionario dedo. Que nada quede fuera de su control.

 

Lo afirmado anteriormente es susceptible, por supuesto, de desacuerdo y de opiniones contrarias. Casi todo en esta vida puede someterse a matices. En este caso, también la solidez de esa aprobación al Presidente, porque a veces alterando los sumandos no se afecta al resultado de la suma, y este es el caso. Es cierto que el promedio de la encuesta, un holgado 62,9 %, fiable en cuanto no hay variaciones sugestivas en los últimos cuatro monitoreos, es un porcentaje muy similar al de calificaciones altas. Recuerden que la calificación es un indicador más rico en precisión que la mera aprobación.

 

Las Cartas de Navegación afirman que AMLO apenas tiene fortalezas sólidas, más allá de los identificados con Morena, que son desde hace mucho tiempo aproximadamente la quinta parte de la población. Esto quiere decir que su respaldo es muy transversal. Pero en cuanto a los sectores que más simpatizan con él ha habido cambios muy sugerentes que significan un trasvase de apoyos. Tiende a mejorar en el sureste, entre los que no tienen estudios y en los que no usan internet. Pero son debilidad sólida los de más formación, y van camino de serlo quienes viven en la zona centro en general y en Ciudad de México en particular. En mi opinión, se suman varios factores: en los ambientes urbanos se accede más a la información; también, quizá en parte, está siendo por ahora el área más golpeada por el virus; finalmente, es allí donde residen la mayor parte de las élites intelectuales.

 

La llamada intelectualidad, política, informativa y social, está compuesta por sectores cuya importancia es más cualitativa que cuantitativa, dada su teórica capacidad de influencia. Pero puede que de un tiempo a esta parte su condición influyente se esté quedando en eso, en la teoría, por su pérdida acelerada de credibilidad. Son esas élites las descontentas, han sido muy golpeadas por la administración actual, pero no están siendo en absoluto capaces de transmitir esa inconformidad a los sectores sociales que apoyan a Andrés Manuel, y eso, el Presidente, lo sabe. Como sabe también que gran parte de esa intelectualidad contribuyó, y de qué modo, a llevarlo donde está, haciendo de el un tótem infalible cuya palabra, como en la ranchera de José Alfredo, es la ley. Y ni les digo si finalmente consigue extender su poder ejecutivo más allá del control del Congreso.

 

Algunos de esos columnistas pasean su tristeza y desesperación, sus desacuerdos y soflamas, pero olvidan muy convenientemente que no hace ni dos años loaron y alabaron al que ahora es causa de sus desvelos y su indignación. Pongan ustedes aquí los nombres que quieran, seguro que se acuerdan de unos cuantos. Jugaron a aprendices de brujo y ahora la omnipotente Roma no paga a los traidores. Se comprende la molestia. En términos epidemiológicos, Andrés Manuel ha conseguido entre sus seguidores una especie de inmunidad de grupo, por la cual ahora no son vulnerables al efecto de ese virus que en su día tanto favoreció al Presidente: el de los medios de comunicación. Quién lo ha visto y quién lo ve, quejándose amargamente de los bots y de las redes sociales.

 

Aun así, la pérdida del favor de gran parte de la intelectualidad, uno de cuyos síntomas es precisamente que Ciudad de México le dé la espalda a pesar de su tradición de izquierda, es algo que debería preocupar a AMLO, más allá de su discutible estrategia de aprovechar la confianza ciega que le ofrece una mayoría de ciudadanos. Mucho más discutible aún si se emplea para algo tan serio y tan comprometido como la lucha contra la pandemia. Pero me temo que, a la vista de los acontecimientos, no es ni más ni menos que así. El tono paternalista de los informes diarios del equipo de Gatell encubre toda una estrategia dirigida a minimizar el impacto del virus, no exactamente en la salud, sino en la opinión pública, todo ello en consonancia con la actitud y el discurso que ha manejado AMLO desde el principio de la crisis. El resultado ha sido una sucesión de  mensajes que implican contradicciones pero que transmiten tranquilidad. Bastarán algunos ejemplos para comprobarlo.

 

El efecto deseado se traslada especialmente a través de lo visual, una imagen vale siempre más que mil palabras, y las láminas están diseñadas para ello. Por ejemplo, en el resumen general de número de contagios, fallecidos y pruebas realizadas, se incluyen, en esperanzador color verde, los llamados “contagios activos”. No hay una sola evidencia científica que demuestre que sólo los contagiados en los últimos 14 días puedan considerarse “activos”. Tampoco está nada claro que una persona portadora deje de contagiar a quien no tiene anticuerpos, con lo que, ¿de qué sirve ese dato, si no es para minimizar la realidad? ¿De qué fundamento surge la idea de que, a los 14 días, un contagiado deja de ser, como por ensalmo, activo? ¿El día decimocuarto, a las 12 de la noche, hace efecto el detente? Es más, lógicamente se puede detectar el contagio mediante una prueba, pero es de todo punto imposible precisar el momento en que se produjo. Con lo cual, ¿a partir de cuándo cuentan esos 14 días? La única conclusión es que es un dato inconsistente, que en ninguna parte se maneja, y cuyo objetivo no puede ser más que hacer más amable el conjunto de información.

 

Esa minimización está, en cuanto al pensamiento de los mexicanos, haciendo un efecto balsámico. Siguen en su mayoría centrando su atención en el Covid19, pero esto también necesita matices. Las tendencias están cambiando, y la turbación con respecto a la pandemia invierte su evolución y tiende al descenso, mientras que con la inseguridad sucede lo contrario. El mensaje de tranquilidad consigue su objetivo. Esto, en principio, sería positivo, puesto que el alarmismo no conduce a solución alguna. Pero al mismo tiempo, en lo que supone de infravalorar el problema, es extremadamente peligroso. Otro ejemplo, esta vez de la conferencia de prensa de ayer, día 5: Gatell comenta un gráfico sobre el Valle de México en el que se superpone la curva actual de evolución, a lo que, según los modelos de los matemáticos de la Secretaría de Salud, hubiera sucedido de no tomarse medidas de distanciamiento. El contraste visual es brutal: a una curva roja extremadamente aguda se opone otra suave, que sería la evolución real.

 

El problema surge si se analiza con más atención. Los datos numéricos no coinciden con los valores de cada eje, exagerando el aspecto de la curva roja y minimizando el de la verde. La pandemia habría acabado en unas dos semanas, contagiando a apenas 38 mil ciudadanos, cantidad nada desdeñable, pero poco representativa frente a los 25 millones que habitan en el Valle de México. Si tenemos en cuenta que apenas el 20 %, según el gobierno, necesita hospitalización, es poco probable que ante esa contingencia se hubiera colapsado el sistema sanitario, y menos si el pico hubiera durado uno o dos días, y su descenso fuera tan drástico como muestra la imagen. Es decir, según esta fantasiosa lámina, sin intervención alguna la pandemia estaría resuelta desde hace un mes en el lugar donde precisamente está siendo más virulenta. Y sin daño alguno a la economía. En ese caso, verdaderamente, ¿para qué intervenir?

 

Con esta estrategia visual no es extraño que los mexicanos le pierdan respeto al virus. En consecuencia, está descendiendo la preocupación porque ese es el mensaje que se quiere transmitir, y dada la alta aprobación al Presidente, y la también considerable fidelidad de sus seguidores, los ciudadanos obran en consecuencia. Cualquier otro prisma desde el que se analice el problema queda neutralizado por la inmunidad de grupo que AMLO mantiene intacta entre sus seguidores. También se le llama inmunidad de rebaño, vaya usted a saber por qué. Pero hay otra conclusión más inquietante: de esta política comunicativa, y de las iniciativas de AMLO para minorar el poder del legislativo, se deduce que el gobierno no tiene tanto interés en controlar al virus como el que tiene en controlar a los ciudadanos, en especial a los que aún no son inmunes a la ausencia de pensamiento crítico. En controlarlo a usted. Aguas, se viene la nueva normalidad.