La política es un arte sumamente complejo y lleno de paradojas. Tenemos pendejos sumamente exitosos y genios fracasados (el mejor ejemplo es Nicolás Maquiavelo).

 

De mis tiempos de actividad política intensa, en el ámbito universitario, guardo un bello recuerdo:

 

Murió mi gran adversario, un hombre brillante, sumamente inteligente, y encumbrado en la esfera del poder universitario. A pesar de ello, y por las circunstancias, más que por mi talento, logré infringirle la derrota política más dolorosa de su vida.

 

Cuando un amigo me pidió que lo acompañara al sepelio, hubo de insistirme mucho para que aceptara la invitación. Temía un ambiente hostil.

 

Cuando presenté mis condolencias a su hija, que vivió todas las confrontaciones entre su padre y yo, esperaba reproches y quizá que, indignada, me corriera de la funeraria. Lejos de mis temores, su respuesta se me tatuó en el alma: “Yo sé que usted quería a mi papá”, y tenía razón, yo admiraba y quería a su padre.

 

No es fácil disociar simpatías y sentimientos del quehacer político. Menos en un ambiente polarizado. Pero las circunstancias, que José Ortega y Gasset (La rebelión de las masas) nos aclara que son las opciones que tenemos para decidir, a veces nos confrontan con personas que respetamos o nos simpatizan.

 

Mi postura respecto de AMLO, aunque en la penumbra de mi cuasi anonimato, es de claro antagonismo no tanto por el fondo de sus propósitos, como por la forma de alcanzarlos y su incongruencia.

 

A pesar de ello, aunque algunos de sus seguidores no lo entiendan, no odio ni le deseo mal a AMLO.

 

Por ello veo con tristeza que, así como anticipadamente ejerció AMLO su primer año de gestión, esta mañana empezó a ejercer, anticipadamente, su séptimo año de “gobierno”.

 

En su cara, descompuesta, esta mañana, la periodista Reyna Ramírez le restregó a AMLO haber polarizado al país y enloquecido a algunos de sus seguidores. Lo responsabilizó también de cualquier cosa que a ella pudiera sucederle.

 

Hoy vivió AMLO, lo que será su cotidianidad por el resto de su vida, pero desprovisto de la protección y el poder que aún conserva, y tiene como futuro posible con probabilidad no despreciable, que los gringos se ensañen con él, una vez que deje de ser presidente.

 

Triste situación la de AMLO. Ya está pagando el precio de haber pretendido algo (la presidencia), para lo cual no estaba ni emocional, ni técnica, ni intelectualmente preparado. Hoy conserva un gran poder y dominio en el contexto interno, pero enfrenta no a un extraño enemigo, sino a un muy conocido enemigo bipolar, al que con mucho talento se puede sobrellevar, pero no confrontar.

 

¡Ya veremos en qué paran las misas! A diferencia de Amado Nervo, ¡hemos perdido la potestad de nuestro propio destino!

 

Salvador Borrego, Ph.D.
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