“Odio la realidad, pero tristemente es el único sitio donde se puede comer un buen filete”. Woody Allen.

 

Regresaron los monitoreos de SABA Consultores y lo hicieron con novedades. No me cabe duda de que, para algunos, no serán tales, y si lo fueren, rápidamente acudirán a censurar la metodología, el autor de la misma, el contenido de este artículo, o incluso el color de las láminas de presentación que contienen los datos. Y eso a pesar de que las referidas novedades no son aún, en absoluto, dramáticas para el Presidente López Obrador. Es mucho más dramática la realidad, y paradójicamente no por nueva, sino por extremada, lacerante y dolorosamente antigua. Y lo peor es que esa realidad crece, se corrige y aumenta.

 

Vayamos primero con los datos, los cuales no debemos olvidar que reflejan, para bien y para mal de los distintos intereses, el pensamiento de la gente y su percepción sobre las cosas. Los promedios de la encuesta no tienen demasiado valor, por lo dilatado del lapso entre unas mediciones y otras. Pero hay dos cuestiones que sí son relevantes, y mucho. La primera, por su permanencia invariable a lo largo del tiempo, que es la referida a la principal preocupación de los mexicanos. Ni qué decir tiene que se trata de la inseguridad, que así lo es para la mitad de los ciudadanos, por más que la insistencia desde el gobierno, y particularmente a través de la voz omnipresente de AMLO, presente como tal a la corrupción, o a otros asuntos cuya mera mención evitaré, para no caer en la ridiculez. Lástima que ese miedo al ridículo no sea más frecuente en la ración diaria de propaganda conocida como la Mañanera.

 

Vienen al hilo las Mañaneras porque, como ejercicio propagandístico que son, tienen como claro objetivo marcar una agenda, se supone política, en la opinión pública. Creo que eso, para quienes respaldan a Andrés Manuel y para quienes no, queda fuera de dudas, porque presentarlas como un alarde de esfuerzo laboral no se sostiene. Hay mil maneras de mantener informado al público y a la prensa y de ser transparentes, y por supuesto no son incompatibles con dedicar esas dos horas diarias al trabajo real que se requiere, que no es poco, en las tomas de decisiones y sobre el terreno de los acontecimientos. Dicho esto, vayamos a la segunda cuestión muy ilustrativa de los datos de la encuesta: el “Top of mind” de acontecimientos, lo que traen realmente en el pensamiento los mexicanos. Esa realidad es demoledora: uno de cada cinco menciona el caso de la niña Fátima, pero si a ello añadimos otros conceptos relacionados con la violencia, casi el 50 por ciento afirma pensar en ello.

 

Coincide, pues, plenamente, con la principal preocupación, como es por otra parte natural. La conclusión inequívoca es que al Presidente se le ha eclipsado su propuesta diaria de agenda, y eso queda más demostrado aún por su torpe y nervioso manejo tanto del hecho concreto del brutal asesinato como de las reacciones del feminismo radical al respecto. Porque lo que se le escapa, lo que aparentemente se niega a creer López Obrador, es que las prioridades que transmite cada mañana no son las del pueblo mexicano, por más que gran parte de él siga respaldándolo. En el mejor de los casos, y otorgándole un voto de confianza, mucha responsabilidad en ello tiene su grupo cercano de “agradaores”, como aquellos empleados que tenían los señoritos andaluces cuya única misión era que el dueño de la finca viviera en una permanente felicidad, real o inventada.

 

El peor de los casos sería una marcada ineptitud, que el que se niega a creer, de momento, soy yo. Esperemos que no intenten reconducir la cuestión con otra rifa. La ausencia total del caso de Lozoya en el “Top of mind”, que en otras circunstancias dominaría por completo la opinión pública, es claro exponente de lo anterior. Pero hay más. Los indicadores de aprobación y desaprobación de AMLO, esta vez en el monitoreo, muestran respectivamente una clara tendencia a la baja y al alza. Sucede desde diciembre, tiempo en el que el Presidente se ha dejado en el camino unos diez puntos porcentuales de respaldo, bajo un análisis optimista. Esto no tiene relación directa con los acontecimientos de esta semana, puesto que la tendencia viene de atrás. Pero lo que sí la tiene es lo que aparece en el rubro de mejores políticos, en cuyo liderazgo lo encumbran sus seguidores más fieles, y donde recibe alerta negativa. Que su hipocentro este vacío nos expresa que el desencanto es tan transversal como su respaldo; los integrantes del antihipocentro lo que nos dicen es que lo sostiene su “guardia pretoriana”: los identificados con Morena y quienes aprueban su gestión.

 

De estos movimientos, que indican un desgaste del Presidente, se generan dos consecuencias aparentes que también nos muestran los datos. La primera, que aparece en la identificación partidista, es que la gente busca alternativas. Morena sigue el mismo camino a la baja que AMLO, y también desde diciembre. El PRI, desde luego, no lo es, y su descenso, cuyo inicio es anterior al de Morena, continúa, ayudado seguramente por la detención de Lozoya. Todas las demás formaciones repuntan: MC, los independientes, y en especial el PAN, si bien considerando que los azules tan solo regresan a su promedio de hace unos meses.

 

Lo que sucede también es que surge una fuerte polarización en torno a la figura de Felipe Calderón, que crece en seguidores pero también en detractores. Seguramente ahora muchos panistas se acuerden de la inoportuna escisión que propició Anaya, y que ha partido a los conservadores mexicanos por mitades, tal vez exactas en dimensiones. De lo que no cabe duda es de que la presencia activa en medios del expresidente panista le está convirtiendo en una especie de líder de la oposición ciudadana, a lo que ha contribuido mucho la hostilidad recibida desde el gobierno. Un asunto para la reflexión: ¿por qué esa beligerancia se ha dirigido contra Felipe, y no contra el gobierno inmediatamente anterior? Ahí se los dejo, Alito sería un buen interlocutor para resolvernos dudas acerca de esa pregunta.

 

La cuestión es que, no ya sólo AMLO, sino sus seguidores más recalcitrantes, se empeñan en negar esta realidad. Sus reacciones ante toda crítica así lo prueban. Como en las fases del duelo, están en plena etapa de negación, con una profusa mezcla de la siguiente, que es la de ira. Ya saben que luego viene la negociación y la depresión, y finalmente la aceptación. Si esta llega demasiado tarde será una mala noticia para Andrés Manuel, y sobre todo para México, que es quien paga al fin y al cabo los platos rotos. La vez pasada algunos, a colación de otro artículo de esta serie, afeaban mi condición de augur.

 

Es complicado responder a eso. Si opinamos sobre datos, lógicamente lo hacemos con la pretensión de interpretarlos. Y si consideramos que una de las características de este método es anticiparse a los acontecimientos, un pequeño componente de augurio ha de haber en esa interpretación. Ya me gustaría que el agüero no fuera malo, pero todo indica lo contrario. La oportunidad el que la tiene es López Obrador, que dispone de datos públicos que le están avisando de que el camino no es bueno.

 

Los que no lo ayudan nada son los que, como en el cuento de Andersen, sigue alabando su hermoso traje cuando la inoportuna y desagradable realidad nos hace ver a muchos que anda desnudo. De repente asoma el elemento autoritario, que lamentablemente lo hay y mucho, y nos dice que todo es fruto de un enemigo externo, generalmente tan invisible como el traje inexistente del emperador, aunque se empeñen en visibilizarlo: los grupos de poder que manejan al feminismo (me temo que esos los conocen bien), los periodistas, y un largo etcétera. Y por supuesto, la explicación universal a todos los males: el ubicuo chayote, que todo lo soluciona, y del que me temo no me voy a librar en los comentarios de este post.

 

Pero insisto en que esos alzacolas no ayudan nada al Presidente, y para eso me permito acabar con la cita literal del final del cuento de Andersen: “Aquello inquietó al emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y las ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.” Para ver, los ojos, y para oír, los oídos. No digo más.