EN VOLANDAS

Si en la pasada medición de SABA Consultores se observaba alguna inclinación a la benevolencia con la gestión de Enrique Peña Nieto, ésta, como tal vez cabía esperar, ha desaparecido en los datos correspondientes al 6 de octubre. Bajan en general las calificaciones del Presidente saliente, y su porcentaje de desaprobación regresa más o menos a la media habitual, que se sitúa en algo más de dos tercios de la población. El hecho de que el número de quienes lo aprueban se mantenga a duras penas rozando la advertencia favorable no es demasiado digno de tomar en consideración, ya que hace quince días disfrutó de alerta positiva, y además en el presente monitoreo se dan otros parámetros que no hacen presagiar, ni mucho menos, el fin de su mala estrella: se dispara hasta valor récord el número de quienes lo consideran el peor político de México, indicador en el que incluso decrece la casi siempre alargada sombra de Salinas de Gortari; el PRI sigue deambulando por un exiguo porcentaje en cuanto a identificación; finalmente, Meade se derrumba en la pregunta electoral, alcanzando un valor mínimo y alerta negativa.

De todo ello, se desprende que queda mucho tiempo hasta que el PRI se recupere del golpe recibido en la pasada elección, si es que esto llega a suceder. Es probable que en algún momento lo haga (el tricolor siempre vuelve, o al menos así ha sucedido hasta ahora), pero nada hace presagiar que esto vaya a ocurrir, ni mucho menos, pronto. Sigue pesando como una losa la pésima percepción sobre el sexenio de Peña, y ese mal sabor de boca es una rémora muy pesada tanto para su partido como para él mismo. Si este sentimiento popular tiene una raíz visceral o procede de un razonamiento motivado es harina de otro costal, pero no estamos aquí para legitimar como buenas o malas las razones de la opinión pública, sino para dar fe de ella.

La cuestión es que, además de ser un lastre para EPN y el tricolor, esa percepción negativa también está proporcionando alas al cada vez más próximo Presidente López Obrador, que no sólo mantiene intactos sus respaldos sino que, casi en vísperas de su toma de posesión, los consolida con fuerza. Veamos: Morena bate récord en identificación, gracias a la reducción (segunda advertencia positiva consecutiva) de quienes no se decantan por ninguno, en una correlación que ya sabemos que es habitual; AMLO sigue rozando el aviso favorable como mejor político, tras la alerta positiva del pasado monitoreo; también se dispara el porcentaje de quienes votarían de nuevo a Andrés Manuel, alcanzando en este indicador su valor máximo, y consecuencia de ello es que su proyección electoral aumenta. Dicho de otro modo, no sólo volvería a ganar la elección, sino que lo haría con mayor ventaja que la ya de por sí histórica alcanzada el pasado primero de julio. Y el denominador común de todas estas variaciones propicias para López es que las favorecen los detractores de Peña Nieto. Esto, a mi modo de ver, confirma una vez más el rechazo al PRI y al último sexenio como uno de los componentes más importantes de la fuerza electoral que llevó a López Obrador a la presidencia.

Las preguntas sobre temas como el aeropuerto, el aborto, las drogas o la eutanasia siguen más o menos sin variaciones, si bien los seguidores de AMLO continúan caminando en una progresiva adaptación a lo inevitable en cuanto a las decisiones de su líder, como parece demostrar que, poco a poco, se suaviza la opinión sobre el nombramiento de Bartlett para la CFE. Más allá de la paradójica indulgencia de la que hablábamos hace dos semanas, creo que la clave del devenir de los acontecimientos está, como ya hemos dicho otras veces, en cómo gestione Andrés Manuel ese respaldo, que es sin duda el más amplio desde que hay pluralidad efectiva en la democracia mexicana. Sus fieles lo llevan en volandas, un activo que desearía para sí cualquier gobernante. El hecho de que una mayoría espere de él que cumpla sus promesas no debería ser una espada de