“Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra. Elegisteis el deshonor, y ahora, tendréis el deshonor y también la guerra”. Winston Churchill.

 

Cuando se viene una situación sin precedentes, lo normal es que los gobernantes tomen medidas sin precedentes. Pero en el buen sentido del término. La resistencia, no pasiva, sino plenamente activa, del gobierno de López Obrador a adoptar prevenciones contra lo que a todas luces estaba a la vista que se iba a venir, y ya ha llegado, se corresponde efectivamente con precedentes históricos, pero con aquellos más vergonzantes y de peores consecuencias, como los que ilustra la cita de Churchill que antecede a este texto.

 

No esperaba, Dios me libre, que AMLO desarrollara aptitudes y actitudes comparables con la del Premier británico que cambió el curso de la II Guerra Mundial, y con ella el de la Historia, pero sí al menos que actuara con el mínimo de responsabilidad requerida ante el pueblo mexicano, al que dice amar, del cual ansía a su vez el amor, y que afirma defender por encima de todo. Nada de eso. Más bien, todo lo contrario. En la hora de la responsabilidad, los dos López, Obrador y Gatell, están resultando un ejemplo mundial de inconsciencia incalificable. Eso, en el mejor de los casos, porque tal y como venimos diciendo desde este foro un análisis detallado raya en la culpabilidad dolosa.

 

Pero no es el tiempo de los culpables, sino la hora de la responsabilidad. De los nuevos datos aportados por SABA Consultores* sobre la percepción de la opinión pública sobre la situación, la información más demoledora e ilustrativa es que el coronavirus ha desplazado por completo del pensamiento de los mexicanos cualquier otra cosa, incluida la sempiterna inseguridad, y no duden que lo mismo sucederá en breve en el rubro de principales problemas. La inmensa mayoría piensa en ello como un concepto genérico, pero ya algunos lo concretan en hechos como la subida del dólar, la desocupación de trabajos, o la “desinformación” del Presidente. Me surge la duda de si se refieren a su condición de desinformado o a la propagación por su parte de esa desinformación. Quisiera creer, con pocas esperanzas, que es lo primero, porque la maldad sería peor que la pendejez.

 

Es claro, y extremadamente necesario, que ante la crisis que ha empezado discriminemos la información de un modo riguroso, porque es también evidente que en nada ayudan las “fake news” alarmistas o las llamadas al pánico. Pero igualmente es vital que se deje oír la voz de los expertos, de los profesionales, de los científicos, muchos de los cuales no forman parte del equipo de gobierno. Toda ayuda es poca. No tiene sentido, si no es por un interés concreto, la insistencia en no escuchar ninguna voz que no proceda del gobierno.

 

Los tiempos de los órganos oficiales, únicos autorizados, deberían haber pasado. Una cosa es un llamado a la prudencia y otra muy distinta la intención de generar un pensamiento único rayano en lo negacionista, trabajo en el que está afanosamente empeñado todo el entorno de Presidencia, incluyendo sorprendentemente a Beatriz Gutiérrez Muller. Esto adquiere mayor gravedad aún si consideramos que la voz unívoca que insisten en imponer es la que representa el propio AMLO, animando pasmosamente, a quienes tengan la posibilidad, a acudir a los restaurantes y negocios y a reunirse alegremente. Recordemos que hace apenas una semana el experto oficial del gobierno, el otro López, definía a Obrador como una fuerza moral y no de contagio. No cabe más indignidad en el responsable de la salud de todos los mexicanos, y si es esa la opinión única que quieren que el pueblo escuche, me temo que el movimiento de reacción ante esta crisis ha de venir de abajo a arriba.

 

Es la hora de la responsabilidad, pero de la de cada ciudadano, de la sociedad en general, y también de la clase política. Pero esta última en su condición civil y olvidándose de banderías. No es el momento de iniciar un movimiento contra AMLO y sus colaboradores, que se están convirtiendo a pasos agigantados en secuaces colaboracionistas de una actitud que no tiene calificación. Pero sí lo es de grabar a fuego en la memoria las inconsciencias que estamos viviendo y cuando todo esto pase, que no duden pasará, ir con todo a exigir las responsabilidades. Imaginen, por ejemplo, que ante el conocimiento de la llegada de un huracán se minimizara el problema y no se tomaran las prevenciones oportunas, o se culpara a la oposición política de alarmar a la población, o se animara a salir de sus casas ignorando la evidente intensidad del problema. Eso se está haciendo con esta crisis, con el agravante de que se ha conocido con mayor antelación, por la experiencia de otras naciones, que la formación de cualquier evento catastrófico relacionado con el clima.

 

Como quiera que el dato sin duda más relevante es el impacto en el pensamiento ciudadano del coronavirus, todos los demás valores que ofrece la medición son prácticamente tributarios de este. El desgaste de AMLO, que se vuelve a dejar notar, empieza a guardar relación con ello, lo que lo sitúa en peor posición aún, porque para él llueve sobre mojado, y debe gestionar una crisis colosal. Las advertencias negativas regresan a aprobación y desaprobación, y se dispara el número de quienes lo consideran el peor político de México, superando a Carlos Salinas de Gortari, que no es poco superar. Propician estas variaciones los de más estudios e ingresos altos, y sostienen a López los de menos formación y menos ingresos. En cuanto a estos sectores, un apunte contra la demagogia: quienes tiene alto poder adquisitivo son también ciudadanos, son los que menos sufren ante las crisis, y a la vez aquellos de los que más dependen los desfavorecidos.

 

Nuestra sociedad no es la utopía ucrónica que nos presentan los diáconos de la 4T, es un entramado de relaciones sociales y económicas que no permite utilizar conceptos que aviven conflictos de clase en un momento delicado hasta el extremo. Sobre todo porque los más desfavorecidos, que están sosteniendo a AMLO, son precisamente los más permeables a la manipulación, y aprovechar esa circunstancia es de una indignidad que produce náuseas. Porque los dos López saben que serán los más vulnerables a lo que va a suceder, y en lugar de estar implementando medidas económicas de choque para paliar en lo posible los efectos de esta crisis, pretenden dirigirse a los más pobres como a sirvientes analfabetos e inocular a los que dice defender no el coronavirus, sino una dosis masiva de un virus más letal, el de la ignorancia, privándolos del acceso a la información experta. Es sencillamente deleznable.

 

Discriminen la información, pero escuchen voces plurales. Les ofrezco mi experiencia personal, de lo que estamos viviendo en España. Aquí tenemos otra versión de irresponsabilidad desde el gobierno, que en este caso se ha transformado, a la hora de la verdad, en un discurso lacrimógeno que intenta ocultar el clamoroso retraso en la toma de medidas. Bien lo vamos a pagar. No valen llantos, a la política se llega ya llorado y con las necesidades hechas de casa. La cara opuesta, tanto o más nociva, es el discurso de AMLO y sus acólitos, en la que las cuentas alegres y la más reprobable de las inconsciencias vende una realidad paralela. La dificultad de las medidas que hay que adoptar es extrema, pero el ejemplo internacional es diáfano.

 

En la pregunta concreta de la encuesta sobre el aislamiento, más o menos la mitad de los ciudadanos lo ve como difícil o muy difícil. No hay que ser muy ducho para deducir que esos son precisamente los que tienen más dificultades económicas, muchos de los cuales viven al día. Por eso es criminal negarles la realidad de lo que ya no está no en ciernes, sino sucediendo. Si AMLO no contaba con este escenario su incompetencia debe llamar más al pánico que el propio virus. Ante esa inoperancia, insisto: es la hora de la responsabilidad de todos, del pueblo mexicano como grupo y como sociedad civil. De las autoridades intermedias y de los agentes sociales y económicos.

 

México tiene sus circunstancias e idiosincrasia propias, como todos los pueblos, pero escudarse en ello para no implementar medidas es, además de miserable, un desprecio infame a la capacidad de sacrificio del pueblo mexicano, que no debemos tolerar. Ahora es el momento de la colaboración leal y de la solidaridad, y no de imitar, por ejemplo, la vergonzosa actitud de los seguidores de AMLO tras el temblor de hace dos años y medio. Ya habrá tiempo de ajustar cuentas con los grandes embaucadores que están desgobernando.

 

*Este texto es la valoración política del reporte nacional de SABA CONSULTORES, que puede consultarse en:

https://www.youtube.com/watch?v=RI5OSmKktz0