Una forma didáctica para entender los vaivenes de la Opinión Pública, ha sido asociarla a una jovencita en edad de merecer; a una muchacha. Ya antes he explicado mis razones, ya antes me han mentado la madre por ello, de modo que no desandaré mis pasos volviendo a ello.
Lo interesante es que puedo hablar con mi querida patria como si fuera un muchacha, y yo su amigo, como casi todos los amigos machos, esto es, una amistad fingida, falsa; con plena conciencia de que hasta ahí puede llegar la relación.
Aclarado el espinoso tema, si me lo permiten qué bueno y si no me viene valiendo madre, paso a dialogar con mi muchacha (por cierto, nalgona y chichona mi suave patria, según me refirió Ramón López Velarde). Pues bien:
¡A ver mamacita! Desde que te enredaste con el pendejo de Vicente, me prometiste que nunca más te irías con algún zarrapastroso que pasara, ¡y ni madre! Te ilusionaste con este pinche loco; te fuiste, como dice el muy pendejo, con él; se gastó a lo pendejo todos los centavitos que habías ahorrado, te quedas endeudada y enlutada por todos los hijos que has perdido por sus locuras. Más que merecido lo tienes por irreflexiva, y mi esperanza es que te recuperes pronto, como en otras ocasiones lo has hecho. ¡Ni modo! ¡Ya ni llorar es bueno!
¡Pero, pero y mil veces pero! Que ahora que finalmente se va a la chingada, en lugar de levantar las manos al cielo para agradecerle a Dios, te me pongas a llorar; ¡no mames!, ¡no mames! y ¡no mames!
En fin, compañeros, así es la vida; hay quienes a cualquier taco le llaman cena; como siempre, ¡el que no conoce a Dios, en cualquier huizache se hinca!
Salvador Borrego, Ph.D.
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