Chango viejo no aprende maroma nueva

Dicho popular

 

La nueva medición de SABA Consultores sobre la opinión pública nacional nos comunica que la novedad es… que no hay novedad. AMLO mantiene con comodidad una aprobación superior al 60 por ciento, que además completa una serie por encima de su promedio, lo que se produce gracias fundamentalmente a los de más edad, los de menos estudios, los que no tienen internet, y los de ingresos entre 2400 y 5000 pesos. Dicho de otro modo: quienes fueran la base electoral tradicional del PRI, y el estrato económico que probablemente recibe en mayor medida los apoyos sociales de Andrés Manuel. Quien se enoje por señalar esto último, que mejor contribuya a enseñar a pescar a aquellos que el gobierno quiere conformar con recibir peces con vistas a generar una sociedad clientelar, que es lo que parece ser el único vector económico visible del proyecto de la 4T.

 

En el polo opuesto a estos sectores, están quienes menos favorecieron esa evolución por encima de la media: fundamentalmente los más jóvenes, los usuarios de internet (que no hay que olvidar que son los más informados, pero no necesariamente quienes mejor lo están), y la clase media. En cuanto al poco entusiasmo que el proyecto de López Obrador despierta en la juventud, no es difícil adivinar que las viejas glorias del priísmo más rancio, que son quienes lo integran junto a unos cuantos advenedizos que fueron los primeros en saltar de sus respectivos barcos cuando aparecieron vías de agua, no deben tener demasiado atractivo entre los de menos edad. Y esto se ha visto prácticamente en cuantos procesos electorales se han analizado en los últimos tiempos: verdaderos charlatanes han triunfado gracias a que los más jóvenes buscan, con el mismo éxito de Sísifo, una figura que lidere un verdadero cambio. Sobre la clase media, qué decir que no esté ya dicho. Además de ser asada a fuego lento con la presión fiscal, y no beneficiarse de ayuda alguna, las descalificaciones por parte del presidente pueden haber despertado cualquier cosa menos simpatías.

 

Resulta casi enternecedor, si no fuera preocupante, ver cómo una mayoría aún otorga su beneplácito a la gestión de un Andrés Manuel que, tres años después de acceder al poder, continúa en la oposición. Es un presidente opositor. Su especialidad es la faramalla, que en el diccionario de la RAE se define como “charla artificiosa encaminada a engañar”, y se equipara con farfolla, que sería “cosa de mucha apariencia y poca entidad”. Así la 4T, que este domingo se viste de nuevo de grandilocuencia para hacer una pregunta obvia a la vez que ambigua, ejercicio realmente difícil.

 

Hay cuestiones que se dan por sentadas, como es el hecho de que quienes hayan cometido delitos paguen por ello, y para eso está el Poder Judicial, y en concreto la FGR, que se supone que es autónoma desde 2018, bajo la administración de Peña, por cierto. Pero Andrés Manuel necesita oponerse, incluso a aquellos a los que ya se opuso desde que abandonó el PRI, y luego el PRD, y se hizo jefe profesional de la oposición. La faramalla del domingo lo es tanto como la rifa sin avión, porque la aplicación de la ley no se somete a cambiantes criterios populares. De ahí a la ley de Lynch hay un paso, que no creo que Andrés Manuel pretenda recorrer.

 

¿Qué pasaría si el domingo el resultado de esta pantomima fuera un no? Los datos de SABA afirman lo contrario, pero si tal cosa sucediera, evidentemente el Poder Judicial no quedaría maniatado ante la existencia de delitos, o habríamos acabado de un plumazo con la separación de poderes y con el propio Estado de Derecho. Del mismo modo que, aunque el resultado sea un sí rotundo, que es lo más probable, no se juzgará a nadie si no se comprueba que hubo un ilícito. Para ese viaje no hacían falta alforjas: si la fiscalía tiene conocimiento de algún delito, que actúe, y si no, que no lo haga.

 

A la vista de que Andrés Manuel se empeña en pasarse los seis años de su ansiado mandato siguiendo en la oposición, que es su oficio, nos vamos a tomar la libertad de sugerirle algunas cosas más útiles a las que oponerse. En primer lugar, a la pobreza y la desigualdad, más allá de las dádivas, y eso sólo se consigue con la generación de empleo estable, y no aumentado las cifras de la informalidad, que van camino de llevar al colapso a la hacienda pública. Puede oponerse también a la caótica política exterior de una nación como México, que debería tener vocación directora de la diplomacia latinoamericana, por historia y por condición, y no revivir los tiempos pasados, que no volverán, del movimiento no alineado, cuando tan bien le fue a México: ya acabó la guerra fría, para bien y para mal. Podría también oponerse al avance del Covid19, que ya llega en su “tercera ola”, sin que todavía nadie sea capaz de desgranar cuál ha sido exactamente la inefable estrategia del gobierno, liderada hasta hace poco por el aún más inefable López Gatell. Y sobre todo debería oponerse con fuerza a una inseguridad y una violencia que siguen siendo la lacra que carcome a México, sin que se haya reducido ni un ápice su intensidad, sino más bien al contrario.

 

Lo malo es que son maromas nuevas que no aprende chango viejo, y quizá sea esa una de las razones por las que los jóvenes cada vez entran menos al engaño. El gran problema, hay que insistir, no es lo que haga o deje de hacer AMLO. Es que la ceguera, la desesperación, o el pan para hoy y el hambre para mañana, hagan que una mayoría no encuentre otra cosa a la que agarrarse que ese clavo ardiendo.