Siempre hay un riesgo al auto calificarse, pues mientras no sea para autodenigrarse, siempre habrá alguien que nos descalifique. Por eso no me atrevo a definirme de izquierda, aunque los gringos me tengan clasificado como comunista y por eso no me dan la visa.

 

Lo que sí puedo afirmar es que he sido amigo de mucha gente de la izquierda. De soñadores que vieron en AMLO la esperanza primero, y después la realización del sueño de ver llegar a la izquierda al poder. Yo nunca vi en AMLO una buena opción para la presidencia, pero siempre apoyé a mis hijos mayores que se entusiasmaron con él en el 2006, y varias veces atendieron sus convocatorias, viajando desde Monterrey a la Ciudad de México.

 

Siempre lamenté que la izquierda no fuera encabezada por alguien con mayor formación política y académica. El triunfo del 2018 de AMLO, lo que he dado en llamar el error del 18, ha mermado mis amistades de izquierda pero, también, he encontrado en ella a compañeros de aquellas luchas universitarias, que comparten mi mayor temor: que después de AMLO México quede vacunado contra la izquierda.

 

Creo ubicar correctamente en el contexto anterior, a las tribulaciones que publica hoy Jorge Zepeda Patterson, y que cierra con las siguientes palabras: “Haber llegado al poder para intentar un cambio es una oportunidad histórica única y una necesidad urgente. ¿Por qué boicotearla? ¿vocación al fracaso?, ¿deseo de inmolarse?, ¿fractura de personalidad? ¿simple y llana soberbia?

 

En suma, ¿por qué boicotea López Obrador su propio proyecto?” Lo hemos dicho muchas veces. El peor enemigo de AMLO es el propio AMLO. La historia de nuestro pobre México es una cadena de expectativas y decepciones, y AMLO constituye los últimos dos eslabones. El penúltimo es la gran expectativa, y el último la gran decepción.