Hace más de treinta años, la revista Newsweek publicó un artículo usando el mismo título de este texto. Centraba la atención en pacientes que eran mantenidos vivos de manera artificial, y concluye con la frase “camina, no corras”, para los médicos al acudir en auxilio de uno de esos pacientes al entrar en crisis.
La pandemia que sufrimos nos ubica en esta inminente condición, al tener que decidir entre dos pacientes que requieran uno de los escasos ventiladores mecánicos para sobrevivir. La idea de privilegiar a los jóvenes sobre los viejos, es la que ha creado polémica.
La otra idea es acudir al azar. Echar un volado. Yo creo que esta última opción es la más adecuada, aunque como viejo que soy dejo constancia de que si llegara a esa disyuntiva, por mí no se preocupen, que atiendan a alguien más joven; aunque creo que el virus me hará lo que el viento a Juárez.
Les comento por qué creo que decidir al azar es la mejor opción: La aleatoriedad (el azar) es la piedra angular de la ciencia estadística, que es mi especialidad y he ejercido intensa e ininterrumpidamente desde hace 36 años. El aporte de la ciencia estadística es descomunal, porque es potenciadora de todas las demás ciencias, a grado de que cuando algunas se han creído agotadas, con el auxilio de los métodos estadísticos han alcanzado su mayor esplendor.
Ante este prodigio, este obsequio maravilloso que nos ha sido dado, muchas veces me pregunté: ¿quién está detrás del azar? Encontré la respuesta en La Biblia, en Proverbios 16:33:
“Las suertes se pueden echar en cualquier regazo, pero el resultado es voluntad enteramente de Dios”
Es en consecuencia Dios, el único sospechoso que tengo de quién nos regaló el azar. Y la verdad no puede ser otro, en virtud de la magnitud de este regalo, solo equiparable a los otros dones recibidos que se le atribuyen.
Por eso creo que debemos decidir por azar a quien atender, si llegamos a la disyuntiva fatal antes descrita. De ese modo le quitamos a los médicos el enorme peso de jugar el papel de Dios; dejando, a través del azar, ¡que sea Dios, quien juegue el papel de Dios!