Durante más de treinta años he dirigido la realización de encuestas y desde 1993 de monitoreos para seguir la evolución de la opinión pública o del electorado.

Mi función por lo común ha sido apoyar a algún personaje de la política, para su fortalecimiento en el propósito de ser mejor evaluado por sus gobernados cuando están en el poder, o para elevar sus posibilidades de alcanzarlo cuando son candidatos. En estos casos la información generada llega exclusivamente a nuestros clientes en apoyo a la toma de decisiones, aunque excepcionalmente los hemos hecho públicos.

Los monitoreos que desarrollamos en 1993 han sido la base para el desarrollo de un esquema completo que llamamos Sistema de Previsión y Evaluación Política, que permite a lo largo de un tiempo o campaña electoral, juzgar si los eventos o acciones de campaña afectaron o no diversos indicadores, entre los cuales el más destacado es el de aprobación para quienes gobiernan y el de intención de voto para quienes compiten para alcanzar un puesto de elección.

Esta condición anterior permite, a lo largo de un proceso, evaluar la credibilidad que tiene cada medición. Es éste un ejercicio para expertos en el tema político, pero en muchos casos una persona común puede juzgar de manera clara si una evaluación es sensata o no. Por ejemplo: Si hoy publicáramos que EPN tiene un 90% de aprobación habría un juicio al respecto, seguramente reprobatorio de manera unánime, esto es, descreditarían la evaluación.

Si por otra parte afirmamos que, en caso de ser hoy las elecciones, AMLO ganaría la presidencia, seguramente también de manera unánime, o casi, estarían de acuerdo en que es una evaluación sensata.

Lo que estarían haciendo se conoce, en Metodología de la Investigación, como Valoración Externa. Así es finalmente como juzgamos cada resultado de encuesta a que tenemos acceso. Es claro que entre mejor cultura estadística y mayores conocimientos tenga un observador sobre el acontecer nacional, de mejor calidad será su valoración externa.

Las encuestas aisladas, cada mes, o cada dos o tres meses, tienen el problema de que nos muestran la consecuencia de una serie de acontecimientos, algunos encontrados, para finalmente obtener la resultante de todas las fuerzas ejercidas en favor y en contra. Por ejemplo, el discurso de AMLO en Los Ángeles California es una pieza muy valiosa que seguramente lo habrá fortalecido, pero la acusación de Miguel Ángel Yunes sobre partidas recibidas por Morena de parte de Javier Duarte, lo más probable es que le hayan afectado para mal. Cuando se publiquen las próximas encuestas no tendremos una estimación de en cuánto le benefició aquel discurso ni en cuánto le afectó el tema Duarte.

A final de cuentas tendremos una estimación que, si lo mantiene en su misma fortaleza, dará pie para que algunos digan que no le quitaron ni una pluma al gallo, y así se van conformando las fantasías políticas. Dicho de otro modo, las encuestas aisladas hacen muy difícil las valoraciones externas mayoritariamente coincidentes, porque se hace muy complejo el análisis político.

Algunos piensan que por ello debe evaluarse la evolución de la opinión pública con encuestas de varias compañías que publiquen sus resultados en fechas distintas, pero esto nos presenta el problema de que, aún con metodologías similares, los esquemas de trabajo son distintos y esto nos mostrará variaciones que nada tendrán que ver con la opinión pública sino con las propias compañías. Como corolario de esto algunos creen en la desafortunada idea de promediar los resultados de encuestas, para obtener un resultado que no corresponde de manera precisa ni a un tiempo ni a circunstancias políticas claramente identificadas. ¡Una fantasía más!

En consecuencia, la evolución debe medirse, con evaluaciones frecuentes, con una única compañía, la que a los ojos del contratante tenga mayor credibilidad. La multiplicidad de oportunidades para la valoración externa de sus resultados le fortalecerá o le desvanecerá su credibilidad.

Si de manera pública pudiéramos tener acceso a seguimientos de los procesos electorales, por compañías únicas que mantengan su credibilidad, observaríamos que los resultados finales son consecuencia de las circunstancias y el accionar propio de cada uno de los contendientes. No habría sorpresas, ni para quien gane ni para quienes pierdan, ni para los electores en general. Podríamos en consecuencia llegar a darle certeza a nuestros procesos, que los derrotados acepten sus derrotas, so pena de parecer necios y poco democráticos, y que quienes ganen tengan mejores condiciones para mejor gobernar, y no ejercer el poder orientados obsesivamente a legitimarse en éste.