Pancarta en las protestas de ayer

 

Hace unos días me referí a mi esposa como a “mi vieja”, y un pendejo de esos que persiguen de oficio a quienes infringimos lo políticamente correcto, se me lanzó como El Borras (de nalgas a efecto de ser ensartado, según precisión de Don José López Portillo en su libro Mis Tiempos); yo, como diría Amado Nervo, las dejé pasar.

 

Hoy me da gusto que no solo la dama de la pancarta, también otras, expresan que se identifican con el mensaje, en el que claramente no les ofende referirse a sí mismas como viejas.

 

Las luchas modernas, en especial las de la izquierda, se han vuelto muy identitarias. Esto es, les preocupa mucho como son identificadas, cómo les dicen (recuerdo el escándalo que una niña hizo porque no le decían compañere), mientras que a los que ya andamos de mediodía pa’ bajo (así decía mi hermoso padre), en general nos importa más la esencia de las cosas, en especial la parte material o económica de ellas. Recuerdo a alguien que le bajaron de categoría en la chamba pero le subieron el sueldo, y cuando le preguntaron si no estaba molesto por la degradación jerárquica, les dijo que le podían poner perro, si eso iba aunado a un incremento salarial.

 

Volviendo a las damas (quisiera decir compañeras, pero hace unos días también se me ofendió otra persona por ello), solo quiero reiterar lo que ya antes he dicho, que: a la distancia, pero atentos, somos muchos los hombres que compartimos su indignación y las apoyamos en sus justos reclamos.

 

Salvador Borrego, Ph.D.
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