Se impone la ciencia; falta que se imponga la conciencia.

 

El siglo XXI nos trajo como novedad que tuviéramos que salir en defensa de la ciencia. Las redes sociales exacerbaron el anti intelectualismo, que el gran Isaac Asimov resumía como: «mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento».

 

Donald Trump y AMLO  se caracterizan por ese desprecio a la ciencia, quizá por motivaciones distintas, pero coinciden. De ese desprecio se derivan decisiones absurdas, como frenar el desarrollo de generación de energías limpias y suspender las becas a nuestros estudiantes en el extranjero.

 

La vida tarde o temprano pone las cosas y a las cosas en su lugar. Qué mejor defensa para la ciencia, que vivir hoy la esperanza de resolver la mayor crisis del mundo en un siglo, gracias a que los científicos han desarrollado las vacunas contra la COVID 19.

 

El anti intelectualismo también ha contribuido, en mucho, al problema de la polarización, y aunque ya se hacen esfuerzos desde la ciencia por entender y atender este problema, como es el caso del proyecto de Sergio Aguayo en el Colegio de México, para identificar a los súper difusores del odio, la verdad no se ve tan fácil que vayan a tener el mismo éxito que tendrán las vacunas. ¡El virus del odio es mucho más cabrón que el SARS-CoV-2!

 

Quizá, volviendo a Asimov, podríamos enfrentar mejor el virus del odio acudiendo a la psicohistoria, basados en la historia, la psicología y la estadística matemática, lo cual también se ve difícil (nuestros científicos sociales ni siquiera le han querido entrar a mis Cartas de Navegación Política).

 

Ante tan descorazonador escenario, creo que es más prometedora la idea de pedirle a la virgencita de Guadalupe que nos ayude, para que baje el odio y se abra paso entre nosotros la concordia y la racionalidad; que interceda ante el creador para que haga valer para México, una vez más, la máxima celestial de que: “Dios ayuda al pendejo”.

 

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