¡La lucha, la lucha, la lucha!

 

Uno de nuestros más festivos apotegmas, nos dice que: “En México todo es una farsa, con excepción de la Lucha Libre”, nuestra fiesta nacional, nuestro pancracio, que viene desde los antiguos romanos, pero que, en México, por lo desmadrosos que somos, ha adquirido un colorido con los atuendos, máscaras, y otras excentricidades, que somos referencia mundial en este tema.


En la lucha libre, una o varias veces por semana, en casi cada rincón de la patria, se libra una contienda cuerpo a cuerpo en el ring y fuera del ring, en el graderío, donde los públicos encuentran una diversión muy nuestra que permite el insulto, la burla, el juego de fuerzas y talentos en el ring, que tiene como contraparte el de ingenio y picardía en las butacas. Y también hay pendejos que se la toman en serio.


En la lucha libre hay buenos y malos, conocidos como técnicos y rudos. Es una representación del bien y el mal, similar a la que nuestros líderes populistas instalan en la conciencia colectiva de los pueblos para lograr la polarización, y de ahí todo el apendejamiento colectivo que les permite mamar (una variante de gobernar).


Aunque el resultado de una lucha a dos de tres caídas sin límite de tiempo está en el ring, los luchadores alborotan a sus seguidores en las gradas, y de pronto, un luchador enardece a quienes lo apoyan mientras su rival hace lo propio. La lucha libre es nuestra gran catarsis nacional.


Pues bien, lo que vivimos hoy en México, después de la Marcha del pasado 13 de noviembre, se puede decir que es equivalente a que en el ring de nuestra política nacional, donde al gran rudo enmascarado, AMLO (rudo porque rompe las reglas; el que parado sobre la segunda cuerda le grita al Pueblo: “No me vengan conque la ley es la ley”), esto es, al gran rudo sin amigos (sino pregunten), se le puso enfrente un escuálido luchador, el Claudio X; le puso su mano izquierda sobre el hombro derecho, y con la mano derecha lo levantó del entrepierna, por los linderos del occipucio inferior, y le ha dado tal costalazo que ya anda pensando en un Plan B, porque a su plan A, el nuevo joven maravilla ya se lo pasó a perjudicar.


Ahora, en respuesta, así como los luchadores arengan a sus fieles, AMLO convoca a los suyitos, también a una marcha, para demostrar que sigue siendo el Rey, pretendiendo inútilmente desestimar la soberbia y violenta azotada de nalgas, de la que ha sido objeto.


Los luchadores y los políticos tienen, como todos nosotros, el sacrosanto derecho de hacerse pendejos. Pero a final de cuentas el pancracio está en el ring, no en las graderías, y la lucha por el poder en la opinión pública, mientras tengamos algo de democracia, y no en las calles.


Veremos qué sigue. Por lo pronto: ¡La lucha, la lucha!


Libertad, igualdad, fraternidad y racionalidad.