Morir al sol.


Quienes ya estamos “de mediodía pa’ bajo”, como decía mi hermoso padre, inevitablemente tenemos a la muerte como un pensamiento recurrente. Cuando muere alguno de nuestros amigos, la muerte nos hace un guiño que, lejos de horrorizarnos, nos invita a coquetearle.


Quizá por ello, la semana pasada me aventuré a caminar más de un kilómetro, con mi bastón, bajo un sol de 44 grados centígrados y algunas resolanas, como diría Alfonso Reyes; si me sentí un poco más apendejado que lo usual, de pronto hasta tuve el impulso de decir “es un honor estar con Obrador”, pero no llegué a esos extremos; me hidraté un poco en el Palax, y al día siguiente ya estaba no bien, pero sí igual de jodido que antes de mi baño regiomontano de sol del mediodía.


Pues bien, compañeros, lo que para algunos hedonistas irredentos como yo, puede ser un divertido juego medio macabro, o medio pendejo, está siendo una catástrofe nacional. Las cifras oficiales de muertes por golpe de calor o por calor, están muy por debajo de la realidad. Hoy me enteré de que, tan solo en un sindicato de Nuevo León, se han muerto 30 jubilados como consecuencia directa o indirecta de las altas temperaturas.


Es claro que estamos ante un fenómeno global, que las redes eléctricas y el suministro de agua están presentando fallas en muchas partes del mundo, agravando aún más la situación, pero como sucedió con la pandemia, a nosotros nos está yendo un poco más de la chingada, porque las políticas públicas de la 4T, en tiempos de crisis, evidencian sus miserias.


Así las cosas compañeros. Estamos muriendo al sol, quien es finalmente responsable de la vida. Es como rendir tributo, entregar la vida a quien nos la dio. Privilegio de pocos escoger la forma de morir, de entre ellas, quizá morir al sol sea una de las más románticas.


Libertad, igualdad, fraternidad y racionalidad.