Sobre la corrupción. ¿Y si nos perdonamos todos?

 

La corrupción nunca ha sido la mayor preocupación de los mexicanos, aunque es cierto que ha generado grandes desgracias, y también es cierto que ha sido bandera política de presuntos inmaculados, que invariablemente han terminado exhibidos como corruptos.

 

AMLO recogió la bandera contra la corrupción que por décadas ondeó el PAN, y ya va que vuela para también tirarla, al evidenciarle su impía corrupción con el video de Pío. Es claro que el plan de control de daños apunta a que sacrificarán, impiamente, a Pío. Quizá llegarán a encarcelarlo para pretender elevar a AMLO a las alturas, como el incorruptible líder que pretende ser. ¿ y si aparecen más videos?, ¿hasta dónde podría llegar aplicando esa estrategia?

 

Es claro que a AMLO se le complica no solo la vida política, sino también la familiar. Enfrenta el drama de ver caerse a pedazos el sueño de ser el mejor presidente de México. Hoy está nominado para ser el peor.
Ante esto, ¿no sería mejor un borrón y cuenta nueva? ¿Abandonar la hipócrita obsesión contra la corrupción como bandera política, y concentrarse en hacer un buen gobierno?

 

Hacer un compromiso, eso sí, de vigilar la corrupción de aquí pal real, para evitar casos graves, bajo la idea de Paracelso de que: “solo la dosis hace el veneno”, al menos mientras arreglemos el problema de tener leyes incumplibles, cuya absurda función ha sido, desde Juárez, crear las condiciones propicias para el control político, bajo el principio filosófico de que: “a los amigos justicia y gracia y a los enemigos justicia a secas”.

 

Lo he dicho siempre. AMLO es un adversario exquisito: solo se pone en disyuntivas fatales. Ahora está en la peor de ellas. El solo se quiere quitar el fuero, y ha confesado delitos que lo pudieran condenar.

 

Por cierto, hoy mediremos lo nacional. Mañana sabremos, hasta dónde llega la indulgencia de los mexicanos con AMLO.