Hoy culmina uno de hechos más pintorescos de la historia de México: la rifa no rifa, del avión no avión, como lo describiera una brillante joven analista, de la que no registré su nombre (me disculpo por ello).

 

Quiero concentrarme en un solo punto, entre los tantos que irán a la galería del absurdo, ante el rotundo fracaso del evento: Los millones de jóvenes, ancianos y mujeres que reciben mensualmente dinero de los programas sociales, no estuvieron dispuestos a sacrificar parte de sus beneficios, para solidarizarse con su gran benefactor; de otro modo se hubieran agotado los boletos. Si les preguntamos en las encuestas si lo aprueban, dicen que sí, pero sí les ofrecemos un cachito de la rifa del avión, dicen que no. Tal es la ingratitud, que ahora sufre AMLO por parte de su imaginario pueblo bueno y sabio.

 

Un poco me recuerda AMLO a aquel famoso equilibrista que ofreció un espectáculo gratuito  al que convocó a sus fieles seguidores, que tumultuariamente se congregaron para aplaudir la hazaña de caminar por un alambre que conectaba dos altos edificios. El público aplaudía delirante; ¿creen que puedo cruzar con los ojos vendados? Sííí, respondía la gente; ¿creen que lo puedo hacer sin barra estabilizadora? Sííí; ¿Creen que lo puedo hacer con una persona sobre mis hombros? Síííííí.

 

¡Suba por favor un voluntario! El animador del evento, lanzó la clásica pregunta buscando al voluntario: ¿qué dice el público?, y la respuesta fue: ¡chingas a tu madre!

 

Ahí se las dejo, compañeros. Debería cerrar este texto con una recomendación, pero sería inútil. Solo espero que el magno sorteo de la Lotería Nacional del 24 de diciembre, no sea la segunda rifa del avión.