A veces, decidir con base en un promedio resulta fatal, como fue el caso de aquel personaje que, sin saber nadar, pero con estatura elevada, confiadamente se aventuró a cruzar un río cuya profundidad promedio era de 60 cms.
Muchas de las veces las encuestas fallan, porque son promedios del estado de opinión durante los días del trabajo de campo. Dicho de otro modo, las encuestas, cuando fallan, es porque son promedios.
Pues bien, en el mundo han surgido unos “genios” que, cabeceando pa’l lado del golpe, toman el promedio de varias encuestas, y lo presentan como la gran novedad: la encuesta de encuestas, algo así como la encuesta madre.
Cuando un proceso es estable, tanto las encuestas, como la encuesta de encuestas, serán confiables. El problema, “genios”, es que desde que tenemos redes sociales por la internet y la telefonía celular, ya no tenemos procesos estables.
El lado amable del tema es que, en lugar de buscar la verdad en los hechos (la esencia del pensamiento científico moderno), los políticos, sus estrategas y analistas, la buscan en la fantasía, y hacen irremediablemente divertida la praxis política. Un humorismo involuntario y solemne, que vale más que mi solución al problema de las encuestas, que por cierto cada martes, como hoy, presento urbi et orbi.