“Si no sabes a dónde vas, cualquier camino te llevará allí”. Lewis Carroll
Queda claro, y vaya ello por delante, que Andrés Manuel López Obrador ha amortiguado la caída que sufrió en las últimas semanas. Los datos de la medición de SABA Consultores del día 3 de julio lo confirman plenamente.
También van desapareciendo los efectos benéficos que tuvo para sus cifras el atentado contra el Secretario de Seguridad de la Ciudad de México: este fenómeno de empatía, habitual cuando la autoridad es atacada, se tradujo la pasada semana no solo en un freno de su deterioro sino en una recuperación vigorosa en algunos de los indicadores, que hoy se atempera.
Esto es observable comparando valores de este monitoreo con el anterior. Por ejemplo, desapareció el repunte que llevó a AMLO hasta la advertencia positiva en el “Top of mind” para la presidencia, y también el avance que mostró en el indicador de mejores políticos. No obstante, los datos del Presidente parecen entrar en una nueva etapa de estabilidad, que sitúa su aprobación levemente por debajo de un 60 por ciento, mientras que el número de quienes lo desaprueban regresa al promedio habitual, algo menos del 30.
En resumen, la reacción favorable de los ciudadanos de la pasada semana le ha valido claramente no para iniciar un nuevo ascenso, pero sí para frenar su deterioro. De modo que, en términos generales, podemos decir que todo sigue igual, y que el resultado del bache atravesado por López Obrador es la pérdida de unos tres, como máximo cuatro, puntos porcentuales en aprobación, que además no pasan a engrosar el número de sus detractores, sino el de los desencantados.
La decepción con AMLO, y esto se observa reiteradamente, además de ser todavía escasa, no conduce a los despechados a una detracción belicosa, sino a una callada resignación, que sufren más o menos en silencio, salvo contadas y honrosas excepciones. Y que, además, lleva al desengañado a no querer saber nada del amor, una vez comprueba que su idealizado Andrés no cumplió con las expectativas.
Cierto es que se trata de una postura comprensible: fue tal la pasión que nada es comparable con ella, y además, tristemente, ¿qué otro galán hay en el baile? Ya decíamos hace unas semanas que López no tiene enfrente adversarios: los candidatos de 2018 están políticamente aniquilados. El panorama político en la oposición es desolador. En el PRI, ayer mismo Manlio Fabio Beltrones llamaba al tricolor a alejarse de la “derecha golpista” que quiere expulsar del poder al Presidente por medios ilícitos. Vivir para ver. Al parecer, el viejo dinosaurio priísta no siente preocupación por, entre otras muchas cosas, las afirmaciones del Presidente sobre el control del INE.
Dicho de otro modo más claro, el problema está en los golpistas de afuera, no en los de adentro, si se trata no de expulsar a AMLO del poder, sino de perpetuarlo, no hay problema. Al revés de lo que afirma el dicho, con estos enemigos no hacen falta amigos.
Pero la realidad es esa, que AMLO aguanta firme con su 60 por ciento, al margen de los múltiples disparates publicados en los últimos días por diversas casas encuestadoras, en los que, de la manera habitual, se mezclan la incompetencia, la soberbia, el cuchareo, el chayote, o la confusión entre los propios deseos y lo verdaderamente sustantivo de la situación. AMLO viaja sin lastre, su globo se eleva, y no tiene a nadie, ni adentro ni afuera, que gobierne su deriva. Sus fieles lo acompañan con un incensario, y quienes deberían ser sus opositores están más preocupados por conservar sus escasas poltronas y prebendas, y por evitar que se exhiban sus vergüenzas, que por otra cosa.
Si mañana hubiera elecciones, con los mismos candidatos, la victoria de AMLO sería segura, y probablemente con más margen que hace dos años. No cabe plantear la posibilidad de otros candidatos, porque sencillamente no los hay. En el PRI, Alito calla, le va su despensa en ello. En el PAN, mejor ni decir, al margen de los exabruptos habituales del “Jefe Diego”, y de una extraña melancolía que no se sabe muy bien qué está extrañando, si los tiempos de la connivencia con el crimen de Lozoya, o los de la lucha contra el partido único de Clouthier. Cuya hija pródiga, por cierto, sigue dilapidando la herencia, pero ya sin casa del padre a la que regresar, y probablemente sin más recompensa que la atmósfera viciada del lupanar al amanecer de una noche crapulosa. Un panorama desolador.
Y mientras, AMLO, sigue a toda velocidad su viaje a ninguna parte. Así se tituló un largometraje de 1986, dirigido por el gran Fernando Fernán Gómez, en el que un grupo de cómicos veteranos y en declive intentaba recuperar el teatro ante la inevitable pujanza del cine. A ellos se asemejan Andrés y sus amigos, veteranos sin duda, cómicos seguramente si no fuera porque lo que está en juego no tiene ninguna gracia.
La caída económica es un hecho sin que a esta bendita hora el Gobierno Federal haya presentado un plan coherente. El crimen organizado campa por sus respetos sin que la estrategia de los abrazos parezca dar fruto alguno. De hecho, el atentado contra el Secretario de Seguridad, como no podía ser de otro modo, ha dejado huellas: la inseguridad se vuelve a situar en solitario como principal problema para los mexicanos, por delante de las otras tres sombras que planean sobre la difícil situación del país, el coronavirus, la economía y el desempleo.
Qué decir de la más que errática tribulación del Gobierno en cuanto a la pandemia. La hasta hace pocas semanas estrella mediática ascendente, Hugo López Gatell, va camino de convertirse en el chivo expiatorio de la crisis. No en el primero (otros abandonaron antes), pero sí en el por ahora más destacado juguete roto de la 4T. Hugo no tiene excusas. Desde el punto y hora en que sacrificó su condición de científico por mor de instrucciones políticas y vergonzosas alabanzas a su jefe debió saber que esto podía suceder. La “fuerza moral y no fuerza de contagio” del Presidente lo perseguirá siempre.
Reconozcamos que México inició las medidas de un modo temprano, pero también lo hizo de forma laxa y confusa. Nunca se tuvo en cuenta que la evolución del contagio tenía que ser, por fuerza, heterogénea, porque la distancia que hay, por ejemplo, entre San Cristóbal de las Casas y Tijuana, es mayor que la que hay entre Madrid y Estocolmo. El sistema de semáforos se ha convertido en un caos parecido a las luces de una feria, en la que cada Gobernador va a tener que actuar por su cuenta, pero que no va a eximir de su responsabilidad al Gobierno Federal.
Ayer, por fin, el Secretario de Salud anunció un informe detallado en el que ya reconoció que las muertes en Ciudad de México triplican los promedios de otros años. Los registros civiles, claro, esto no es ninguna sorpresa, aunque el bueno de Hugo aclaró, algo torpemente, que no se debió a la saturación del sistema de salud, sino al malvado virus. Me temo que las cifras finales serán pavorosas, tanto o más que la política de comunicación de la Secretaría, a la que no niego buena intención, pero sí desde luego el acierto.
Mientras tanto, el Presidente sigue en su carrera desbocada que nadie, creo que ni él, sabe a dónde conduce. Ni un día sale el sol sin que AMLO atice una polémica. El ataque contra los periodistas, siendo México uno de los países más peligrosos del mundo para el ejercicio de esta profesión, es vil e irresponsable, pero con una intención muy definida.
También hace dos días anunció sin rubor, lo que podríamos definir como “impuesto a la crítica”. “Que se vayan preparando”, dijo, “atacarme es lucrativo, y tendrán que pagar por eso”. Espero que no me llegue la factura, me siento demasiado pequeño para eso, pero la realidad es que la afirmación no puede ser más inquietante, y nadie, nadie, le sale al paso.
La ausencia de oposición efectiva es más preocupante todavía si tenemos en cuenta la altura de sus “intelectuales orgánicos”, encabezados nada menos que por Lord Molécula, próximo candidato al Pulitzer. Si no hay quien se oponga a esta caterva de indocumentados, ¿qué pasará si algún día Andrés Manuel decide rodearse de gentes brillantes y dejarse aconsejar de un modo medianamente correcto?
Si están desasosegados, mantengan la calma, porque quizá estas sean las vacas gordas y no las flacas. Estoy con Alphonse Karr cuando decía que “consideramos la incertidumbre como el peor de los males hasta que la realidad nos demuestra lo contrario.”
Con todo y eso, se viene una semana con nuevas complicaciones. En medio de las heterogéneas escaladas y desescaladas del Covid19 y de las medidas de mitigación, viene una cuestión no menor: el viaje a Washington, del que veremos si sale o no indemne el Presidente. Resultó que quien iba a ser el paladín contra los abusos del vecino del norte, el AMLO que no ha pisado suelo extranjero desde que accedió a la Presidencia, escoge como primer destino la capital gringa, para hacer los honores a un Trump en el peor momento de su popularidad.
Por lo pronto, ya le han dicho que se busque hotel, porque el ala de invitados de la Casa Blanca no está disponible. Es cierto que la diplomacia es un difícil juego de equilibrios, pero el simple hecho de no haber podido ejercer al menos una táctica dilatoria sugiere un pago de favores: los apoyos energéticos en la OPEP no salieron gratis. No podemos culpar a quienes, después de años de saqueo y abusos por parte de administraciones anteriores, vieron en AMLO una esperanza del tan necesitado cambio para México, por más que a veces desespere su contumacia en reconocer los errores del de Tabasco.
De hecho, quienes prefieren permanecer fieles al Presidente, ¿tienen otra opción donde elegir? El Presidente es responsable de sus errores, pero también lo son quienes, teniendo los mecanismos para hacerlo, no se le ponen enfrente de un modo coherente y valiente. Tanto entre los suyos como entre sus rivales, la poltrona y la mordida pueden más que el amor a México.