La verdad rara vez es llana y nunca es simple. – Oscar Wilde
Cuando falta poco más de un mes para la toma de protesta de Claudia Sheinbaum, me he encontrado en mis archivos con un texto que escribí hace seis años sobre la llegada de AMLO al sillón presidencial. Vivíamos días de incógnitas, y el artículo se titulaba “La verdad está ahí fuera”, slogan de la conocida serie televisiva “Expediente X”. Establecía un símil con dicha serie y la búsqueda de esa verdad, mediante el conocimiento del impacto de los acontecimientos en la opinión pública, en aquellos momentos dominados por la incertidumbre. Lo que justifica la auto cita, por la que ruego me disculpen, y el punto de interés de aquel texto, es que se hacía una serie de preguntas finales acerca de lo que depararía el sexenio que estaba a punto de iniciarse.
Resumiendo: si se frenarían la corrupción y la violencia, si Andrés Manuel lograría hacer tangibles los olvidados ideales revolucionarios o retornaría a un caudillismo trasnochado, y finalmente, si continuaría el proceso de transición a la democracia o se mostraría más autoritario que otra cosa. He sido en estos años bastante crítico con la 4T, pero me he sorprendido al comprobar que, en aquel entonces, le otorgaba un amplio beneficio de la duda. Básicamente, porque el gran respaldo popular obtenido y la consiguiente ilusión generalizada así lo ameritaban. Por eso terminaba aludiendo a otra famosa frase de la mencionada serie: “I want to believe” (Quiero creer).
Lamentablemente, finalizado su ciclo, la respuesta a aquellas preguntas ha sido bastante insatisfactoria. Es evidente que la violencia, antes de frenarse, se ha redoblado. Nada indica un descenso de la corrupción. Qué decir de los ideales de la Revolución, cuya justicia continúa pendiente, mientras las actitudes caudillistas, y autoritarias, del presidente saliente han sido notorias para cualquiera que tenga ojos para verlo. Muchos quisieron creer, incluso ante la duda, pero a la vista está el resultado. De modo que la palabra que mejor define el sexenio que acaba, a la vista de las muchas expectativas defraudadas, no puede ser otra más que decepción.
Sin embargo, esta no se ha reflejado casi en ningún momento en la popularidad de Andrés Manuel, como han demostrado durante todo su mandato las mediciones de SABA Consultores. Es más, esos monitoreos han probado también una paradoja: que a pesar de no estar de acuerdo con muchas de las decisiones del presidente, sus seguidores no le retiraron su apoyo prácticamente nunca. Si seguimos con el símil de la mencionada serie televisiva, que versaba sobre hechos paranormales, ahí tienen un auténtico “Expediente X”. Hace poco leí en redes la siguiente e ingeniosa afirmación: la teoría es cuando usted sabe todo, pero nada funciona; práctica, cuando todo funciona pero no sabes por qué; en la 4T la teoría y la práctica se han combinado a la perfección, porque nada funciona y no saben por qué.
La ingeniosa frase anterior no es del todo exacta, ya que a pesar de sus innumerables fallas algo sí que ha funcionado cabalmente con la 4T: el objetivo de mantenerse en el poder, obtenido a través de un respaldo popular sin precedentes desde hace cuatro o cinco décadas. Dice una máxima policial que la ausencia de lo normal casi siempre indica la presencia de lo anormal. Yo añado que lo que hace extraordinario un acontecimiento son precisamente sus rasgos diferenciales. La victoria de Claudia Sheinbaum ha sido, a mi parecer, más sobresaliente que la de AMLO, porque, amén de ser más arrolladora, la de hace seis años la impulsaba la esperanza, la de ahora se ha basado en la resignación y la ausencia de alternativa. Creo que tenemos menos razones para creer, por más que queramos hacerlo.
Lamentablemente, carecemos en este momento del gran beneficio de los monitoreos de SABA, que reside en la posibilidad de vincular los hechos en sí con la percepción que el público tiene sobre los mismos, en función de su mayor o menor impacto. De un lado, está lo que sucede, y de otro, la impresión que causa en el pensamiento de la gente. La relación entre ambos conceptos queda muy dificultada por la ausencia de datos.
Por ejemplo, probablemente el hecho político central de estos días ha sido el proceso de validación de la sobrerrepresentación, de importancia capital. Resultó primero que el INE, tan denostado por AMLO, cedió ante las pretensiones de Morena. Después el TEPFJ, que acaba de certificar el fallecimiento del PRD, le ha tomado el gusto a ejercer de tribunal forense, y también ha sellado la defunción del legislativo. Lo del INE es caso curioso, pues ha dejado descolocado a quienes lo defendieron con uña y dientes, y quienes lo atacaron se están beneficiando de sus decisiones. Puede que no sobreviva a su propio error. Lo del TEPFJ es aún más llamativo, si consideramos que el siguiente óbito a rubricar es la propia independencia del poder judicial. Para mí, es evidente que la elección ciudadana, con un censo viciado y manipulado por una mayoría de poder omnímodo, hará que el poder judicial resultante sea directamente dependiente precisamente de esa mayoría política. México se adentra en caminos desconocidos en este siglo XXI, de consecuencias imprevisibles, y con una oposición sin capacidad (y en gran parte sin voluntad) de ejercer como tal.
Con todo, lo más importante aquí es que no tenemos medio de saber cómo están impactando estos hechos en la opinión pública, y no hay más remedio que basarse en especulaciones. La mía es que, desaparecida la esperanza, dominante la resignación, ejerciendo el poder una nueva hegemonía oficialista sin contrapeso alguno, lo triste es que a una mayoría de los mexicanos les da más o menos igual. Bastante tienen con sobrevivir al día a día, llevar un plato de comida a su casa, y escapar a los balazos sueltos, que lamentablemente en la vida real son bastantes más que los abrazos. Pero eso es solo una impresión, y por eso es más necesario que nunca seguir buscando esa verdad que está ahí fuera. Para no tener que basarnos en meros actos de fe.
P.D.: Mañana, el último informe de gobierno. AMLO, culminados casi todos sus dislates, podría decir: “Después de mí, el diluvio”. Que tome nota Claudia Sheinbaum, porque la herencia que dejó ese rey a su sucesor fue una revolución sangrienta, un rodar de cabezas y el fin de una dinastía. La historia demuestra que en muchas ocasiones el exceso de poder precede a una estrepitosa caída. I want to believe!