¡Por favor, carajos, déjennos hacer tranquilos nuestra Edad Media! – Gabriel García Márquez (Discurso de aceptación del Premio Nobel)
Hasta ahora, el título de esta serie de artículos de análisis ha sido, como saben, “El Sextante”. Este instrumento ha sido esencial para la navegación durante siglos, y permite determinar, con bastante precisión, la latitud de situación, con cálculos matemáticos relativamente sencillos a partir de la posición del sol y el horizonte. Es decir, en base a datos ciertos. Desde la pasada semana, ya no disponemos de los datos de SABA Consultores sobre la opinión pública, y mientras esto sea así, he decidido dos cosas. La primera, continuar con los análisis políticos porque, a qué negarlo, el momento no puede ser más interesante, y además opinar, y hacer funcionar la mente, es un ejercicio sano que evita el anquilosamiento. La segunda decisión ha sido cambiar el título de la serie por el que ustedes pueden ver arriba: “Navegando a estima”.
Este tipo de navegación se basa, exceptuando la certeza del punto de partida, en presunciones o sensaciones más o menos acertadas: el rumbo, la velocidad, o los factores externos, de todo lo cual se calcula la llamada Situación de Estima. Lo curioso es que ese punto, en el que el navegante concluye estar, ¡es conocido también como Punto de Fantasía! No creo que haya nombre más elocuente para lo que puede suceder cuando se navega sin datos precisos y fehacientes, sin instrumentos para hacerlo, y al albur de corrientes y vientos. Podrían tomar nota en los cuartos de guerra electorales.
Vaya, pues, por delante, mi sincera disculpa por aquellas conclusiones que, en ausencia de datos, pueda yo poner negro sobre blanco basándome en mis simples impresiones. Y para no empezar errando, merece la pena comentar el hecho capital que se muestra a nuestros ojos tras la elección del 2 de junio. Y no es otro que la clara intención intervencionista de AMLO en, al menos, los meses que le quedan para entregar oficialmente la banda presidencial a su sucesora. Todo parece indicar que López Obrador, en el mejor de los casos, quiere despedirse a lo grande, y en el peor, pretende establecer un nuevo maximato. Su paquete de reformas constitucionales, específicamente en cuanto al Poder Judicial, ha puesto a temblar a los mercados.
Alarmistas y oportunistas aparte, que por cierto hacen un flaco servicio a la Nación, es claro que los términos, el lenguaje, que el todavía presidente utiliza en cuanto a su reforma judicial, no es tranquilizador. La palabra “limpieza”, por ejemplo, es bastante elocuente. Claudia Sheinbaum, por ahora con delicadeza, está dando señales de cautela para calmar a los mercados. Hace bien. Necesita intentar el control externo ante la alargada sombra del caudillo de Tabasco, porque, en el ámbito interno, también se vienen curvas en Morena. El beso de Andrés Manuel, absorbente, casi terrible, por sus formas se convirtió casi en un signo de dominación. La incógnita es, evidentemente, quién de los dos es la mantis que devore al otro.
En estos días, leo y escucho loas sin fin para Claudia, a veces de los mismos que la vituperaban hace apenas diez días. Supongo que alguno buscará acomodo en las faldas presidenciales, presumiendo que será ella quien se imponga en la pelea. Otros, quizá con buenas intenciones, tratan de ayudar a la electa a deshacerse del saliente. No lo va a tener fácil. Pero muchos olvidan, yo no, que Sheinbaum no era ajena a las peculiaridades de Andrés Manuel, como no lo fueron sus compañeros del PRD en los inicios de su aventura. Nadie, desde dentro, denunció, nadie señaló, el evidente autoritarismo y la soberbia de quien es todavía el jefe del Estado. Algunos, como Graco Ramírez, entonan ahora el mea culpa, pero el histórico PRD está en trance de perder su registro. La electa tampoco se quejó de quien la hizo aspirante: le pareció mejor, primero, llegar al poder. Que emule a Cárdenas o a los servidores de Plutarco, es precisamente lo que está por ver.
Así que lo difícil para la primera mujer que ejerce la presidencia en México, en el caso de que sea su deseo, es sacudirse no ya la herencia, yo diría la soberbia autoritaria. Porque también pudiera sentir la tentación de ejercerla. Si el PRI inventó la institucionalización de una revolución, López Obrador ha perfeccionado la cuadratura de ese círculo: la regresión disfrazada de regeneración. Por lo tanto, no sólo hemos de preguntarnos si Claudia se desembarazará de su predecesor, sino si, por su cuenta y riesgo, continuará por el camino ya marcado. Ello sin olvidar lo que todos saben y nadie menciona: el narcoestado perfecto, que es la simulación de un poder fuerte y sólido bajo la obediencia de otro, superior, criminal y cada vez menos oculto. México necesita cambiar de conversación política: la cuestión no es entre izquierda y derecha, ni siquiera entre la maltrecha oposición y la 4T.
El problema esencial a resolver es democracia o autoritarismo, y no se divisa actor en el panorama político de México con agallas para acometerlo. Decía don Salvador de Madariaga que los hispanos nos hemos tomado siempre la política como espectadores y los anglosajones lo hacen como protagonistas. En manos de los ciudadanos está aceptar ese sino y asistir pasivos al esperpento, o tomar cartas en el asunto. Con Claudia o sin ella.