Las cifras, en resumidas cuentas, no son más que datos. Son, entre otras cosas, una ayuda para contrastar hipótesis y para dar contenido exacto a un análisis. Pero no son un sucedáneo del análisis; no pueden decirnos lo que no les preguntamos; y no constituyen una expresión autónoma y nítida de ningún tipo de realidad objetiva. – David S. Landes
Desde tiempos antiguos, imperios y religiones emplearon lo que se llamó ordalía, entendido como someter, generalmente al juicio de dios, la culpabilidad o inocencia del desdichado de turno. Por ejemplo, se le arrojaba al río atado de pies y manos, o se le asaba en un horno, de modo que si sobrevivía se le consideraba inocente, y si no, se constataba su culpabilidad. Es curioso como numerosos sátrapas y dictadores, entre ellos Hitler o Fidel Castro, han trasladado de Dios a la Historia el juicio sobre sus actos.
AMLO, en cambio, volvió a subir la apuesta cuando dijo que solo dios podría juzgarlo. No es cosa baladí, porque eleva la instancia de tal modo que cualquier otro parecer, dictamen o veredicto queda automáticamente invalidado ante la superioridad de tal juez. Si lo analizan despacio, la frase del presidente rezuma por los cuatro costados tal grado de impunidad y soberbia que se explica por sí sola.
En los datos de SABA Consultores del pasado lunes, AMLO recibe tres alertas negativas en el apartado de calificaciones extremadamente sugerentes. Como siempre, en el grupo de quienes no las propician, aparecen quienes reciben apoyos sociales, o sea, los más interesados, aparte del propio Andrés Manuel, en que no se produzca más juicio sobre su labor que el del mismo Dios. Una versión más del dame pan, y llámame pendejo.
También se produjo un descenso moderado de los valores de aprobación, y de la identificación con Morena, lo que supone un punto de desencanto entre sus propios seguidores. No tanto entre los más contumaces, que cabecean para el lado del golpe y demuestran una vez más sus amplias tragaderas impulsando una mejora de don Andrés en el “Top of mind” de candidatos a la presidencia.
Digo lo de las tragaderas y lo de los juicios de opinión, porque es difícil no vincular este desgaste del presidente con los dos acontecimientos políticos (al margen de la militarización, a la que han logrado dejar en segundo plano) de los últimos días: Guacamaya Leaks y el libro, o según otros, libelo, “El rey del cash”. Yo aún no he tenido oportunidad de leerlo completo, pero sin duda es un testimonio de alguien cercano al entramado que rodea a Andrés Manuel desde hace años.
La respuesta del interpelado es ciertamente dudosa, ya que no proclama su inocencia, sino que se limita a decir que no hay pruebas. Lo que yo haría sería interponer de inmediato una demanda que restituyera mi honor si lo dicho en la publicación de marras fuera falso e injurioso. Pero claro, yo, para proteger mi imagen, no me muevo en las instancias divinas, el señor presidente sí, y hay muchos que así lo creen a pie juntillas.
La cosa es que, en lo que he podido colegir del libro de Chávez, el gran golpeado, casi más que AMLO, es Ebrard, al que se dibuja como el gran operador del latrocinio, y el entorno señalado es la Ciudad de México, precisamente la cancha donde, como nos dicen las Cartas de Navegación, más cómoda se siente su rival, Sheinbaum, y menos lo hace el canciller.