Al que mucho se le da, mucho se le exigirá; y al que mucho se le confió, más se le pedirá. – Lucas, 12:48

 

Sin duda el tema que capta en estos días toda nuestra atención se centra en el comportamiento y las decisiones de la flamante presidente electa de México, Claudia Sheinbaum. Lo aclaro de una vez, para de aquí en adelante: utilizo el término presidente y no “presidenta” por la misma razón que ni digo ni escribo “estudianta”, “gerenta” o “cantanta” cuando son mujeres las que desempeñan esas ocupaciones; y tampoco “astronauto” ni “periodisto” si se trata de hombres quienes ejercen tales profesiones. Las palabras no tienen sexo, tan sólo obedecen a reglas lingüísticas y gramaticales. Procuremos entre todos no destrozar demasiado nuestra lengua común, que es por cierto la más rica y hermosa que se habla en el planeta.

 

Hecha esta precisión, volvamos al hilo. Claudia Sheinbaum da sus primeros pasos como presidente electa literalmente “de la mano” de AMLO. Así llegó al poder, así se han fotografiado, y así se andan ya paseando por México en lo que se está haciendo llamar “la gira del adiós”. Esta tournée no esconde la indudable intención del saliente de hacerse muy, pero que muy presente, al menos a corto y medio plazo. Se puede aducir, y probablemente sea cierto, que quien impulsó el ascenso de Claudia a la candidatura, y por ende, al poder, le otorga con ello su respaldo total, y la nueva mandataria así lo acepta, porque dada la popularidad del de Tabasco, mucho le conviene.

 

Pero no es menos cierto que tal escenificación de sintonía total podría implicar otro mensaje: la presencia de una espada de Damocles sobre la cabeza de la exjefa de Ciudad de México. La leyenda de esa espada, de tiempos griegos, nos la cuenta Cicerón: el tal Damocles afirmaba envidiar la situación del rey Dionisio. Este, molesto, le propuso intercambiar los papeles por un día. Cuando el cortesano pretendió disfrutar de los lujos y viandas acordes con su transitoria posición, se dio cuenta de que, sobre él, pendía de un hilo de crin una afilada espada, que podía caer sobre él en cualquier momento. Dionisio le mostraba así dos cosas: las exigencias que sufre todo gobernante y la advertencia de que él, el verdadero rey, seguía absolutamente presente.

 

De cómo maneje Claudia esa presencia dependerá mucho el futuro político de México. Lo cierto, y hay que reconocerlo, es que a pesar de estas escenificaciones, Sheinbaum se está distanciando a través de ciertos gestos. El primero, un tono evidentemente más conciliador que el de Andrés Manuel. Este, por cierto, empleó parte de su tiempo en la certificación de la defunción del PRD, que tal vez merece un epitafio: “Aquí yace el PRD, hijo del PRI, padre de Morena”, lazos de parentesco que comparte, uno por uno, con el tabasqueño. Seguramente por eso el aún presidente se encargó de rezar el responso y echar las primeras paletadas de tierra sobre la tumba. La familia es la familia, pero ahora le toca a la 4T. Ciertas afirmaciones (“Yo respeto mucho a Claudia”, “No presionaré”, “Ya terminó mi ciclo”) suenan a una “Excusatio non petita” algo inquietante. Pero el contraste entre las urgencias del saliente y las peticiones de diálogo de la electa es muy evidente, y hace concebir la esperanza de que Claudia esté intentando desembarazarse de la larga mano de López de un modo suave y quirúrgico.

 

Tal vez lo que viene no sea necesariamente continuidad, lo que no sabemos es si será mejor o peor. Lo que interesa ahora son las propuestas de Claudia, y en cuanto a la reforma judicial, cómo y en qué términos se pregunte a esa entelequia que llaman pueblo. Por cierto, de repente me acordé. ¿Y sobre la seguridad pública? ¿Han escuchado ustedes algo? No debe ser asunto importante, lo veremos tal vez en el próximo episodio. O no.