Que dos y dos sean necesariamente cuatro, es una opinión que muchos compartimos. Pero si alguien sinceramente piensa otra cosa, que lo diga. Aquí no nos asombramos ya de nada. – Antonio Machado
Las llamadas indulgencias forman parte de la teología católica, siendo una práctica que durante el medievo derivó en abusos y en corrupción. Básicamente, para no extendernos demasiado, la indulgencia, ligada al perdón de los pecados, llegó a ser objeto de tráfico y compra, y constituyó uno de los caballos de batalla de Lutero en las 95 tesis de la Reforma. Dicho en román paladino, la práctica corrupta que se extendió en la Iglesia Católica fue garantizar el perdón a los fieles que estuvieran en disposición de abonar a cambio una suma más o menos importante de dinero. Se entiende, claro, que a mayor suma, mayor indulgencia.
Esto viene al caso porque el monitoreo de SABA Consultores del pasado día 4 deja claro que el funcionamiento de la relación entre AMLO y sus seguidores, o más bien sus aprobadores, es extremadamente similar, solo que al revés. En la época medieval, era la Iglesia la que cobraba y el fiel el que ganaba el perdón, fuera este parcial o plenario, es decir, total. Lo llamativo de la 4T es que el que paga es el gobierno y el que otorga su perdón es el ciudadano. Y este se hace cada vez más exigente, probablemente porque la suma que le llega ya no da para que la misericordia sea completa. Seguramente la inflación está ejerciendo el papel de Lutero, denunciando ahora que las dádivas cada vez dan menos el ancho. Y eso, claro está, va en menoscabo de las indulgencias que recibe el pecador, que cada vez son más pacatas y duran menos, son más parciales y menos plenarias.
Esta medición de SABA pone en evidencia que cuando aumenta el número de perceptores de ayudas, se dispara la aprobación y calificación de AMLO, como sucedió la semana pasada. Pero cuando ese porcentaje desciende, ocurre lo mismo con las simpatías hacia Andrés Manuel. Todos sus datos empeoran de un modo notorio, y muy específicamente en el rubro de mejores políticos. Se revierte así con mucha claridad la vigorosa recuperación del presidente, por la sencilla razón de que no ha pagado el monto convenido, y el “populus sapiens” se ha hecho menos indulgente. Habrá quien crea que no es así, que no hay relación entre los subsidios y la aprobación a Andrés Manuel. Como dijo el torero Rafael el Gallo: “¡hay gente pa tó!”
Por tanto, a las puertas de la consulta para la revocación de mandato, lo que domina los datos de Andrés Manuel no es en absoluto la estabilidad, sino la incertidumbre. Por otra parte, lo probable es que la consulta sea un fiasco. Y una de las razones es la falta de fondos en el INE, fondos que son perentoriamente necesarios para el sostén de las dádivas. Y entre eso, el Domingo de Ramos, y el cansancio popular, es altamente improbable que se llegue al 40 por ciento necesario para hacer vinculante la consulta. Por cierto, dos detalles: la abrupta caída en el indicador de mejores políticos y la advertencia negativa en el número de los que desean que siga son síntomas claros de que la decepción está en el núcleo duro de sus seguidores, y no es fruto de las campañas de los adversarios, que es el cuento con el que siempre quiere AMLO explicarlo todo.
Lo tiene difícil el Presidente para cambiar está dinámica de ligazón entre los apoyos y las simpatías. Su única fortaleza es realmente una colosal debilidad. Los chantajes consisten en ejercer una posición de fuerza sobre aquél a quien se domina. Por ejemplo, durante el secuestro del empresario José María Aldaya por parte de la banda terrorista ETA, los partidarios de los criminales gritaban en la calle “¡Aldaya, paga y calla!”. También la Iglesia medieval ejercía un dominio sobre los fieles, porque estos estaban amedrentados por el miedo al infierno, y si podían, pagaban lo que fuera para recibir las ansiadas indulgencias.
Sin embargo, aquí AMLO no es el dominador, sino el dominado. Ello porque depende del pago de un chantaje para recibir el perdón necesario que lo mantenga en su pedestal. De momento, como los apoyos sociales son cada vez más insuficientes, la medida que se baraja para controlar la inflación es subsidiar los precios. Para ello será necesario tirar, como hasta ahora, del cajón del erario, y las consecuencias directas probablemente sean el aumento de la presión fiscal y, tras otro avance en el aniquilamiento de los malvados aspiracionistas, un incremento de la economía informal.
Hasta el papa sabe, y desde hace cinco siglos, que esas dinámicas no llevan a nada bueno. El chantajista siempre pide más, o como poco no se cansa de pedir. Pero la 4T, o AMLO, que es lo mismo, no da señales de regresar al raciocinio, ni de mitigar la polarización, ni de buscar fórmulas económicas que alivien las arcas públicas sin vaciar unos bolsillos para llenar otros. Mientras tanto, lo que escuchamos es que el próximo domingo habrá un “amanecer democrático”, y un sinfín de sandeces similares. La oposición, si se puede llamar tal, tampoco ayuda demasiado. En el fondo, López Obrador no solo vive una huida hacia adelante, sino también un engaño. Ha construido una fantasía, que quienes le rodean le festejan seguramente a la espera de estar bien colocados cuando caduque. Cree firmemente ser el líder adorado al que una legión de fieles escucha con arrobo cada mañana, prendidos de un amor infinito a su persona. La triste realidad es que, cada vez que acaba su discurso, únicamente se escucha un susurro: paga, y calla.