La soberbia no es grandeza sino hinchazón. Y lo hinchado parece grande pero no está sano. – San Agustín
Hoy concluye el sexenio de AMLO, sexto año triunfal de la 4T, y felizmente volvemos a disponer de los datos de SABA Consultores. De momento, tendremos información durante las próximas semanas, y esto es una gran noticia, porque podremos saciar nuestra necesidad de intentar responder a las incógnitas que nos asaltan. O, dicho de otro modo, de bautizar todo aquello herido de incertidumbre o de anonimato. En la primera categoría, la de lo incierto, está sin duda el futuro de México. Dicen los ciudadanos con mucha claridad que su preocupación número uno es la inseguridad: tan claro como que más de la mitad de los mexicanos así lo afirman.
Y es tan así, que de los acontecimientos que captaron la atención del público, casi la cuarta parte están relacionados con la delincuencia y la violencia, muy especialmente en relación con el conflicto de Sinaloa. En concreto, lo que pasa en la costa del Pacífico prácticamente iguala en menciones al relevo presidencial. Solo que el traspaso de poderes es coyuntural y la lacra del narco es absolutamente estructural. Como coyuntural es también la preocupación por los desastres naturales, que alcanzó, por ser de actualidad, casi tantas menciones como el problema de seguridad pública.
En la categoría del anonimato tenemos algo por lo que la actualidad pasa casi de puntillas, pero que poco a poco se va haciendo sitio en el dudoso cuadro de honor de los problemas: la carestía de la vida, junto con la pobreza en general. Entre otros muchos factores, baste con señalar uno: en los últimos meses el peso se depreció con respecto al euro en casi un veinte por ciento. Lo que quiere decir que usted, lector mexicano, es una quinta parte más pobre que los denostados inversores europeos, o estos una quinta parte más ricos, como lo queramos ver.
Ese es el resultado de una suma de cuestiones, entre las que sin duda está el retroceso de la seguridad jurídica que provoca el hecho de que, en este momento, todos los poderes del Estado estén en la misma mano: el ejecutivo, el legislativo y el judicial han quedado al albur de la voluntad de la presidencia. La reforma judicial y el paro de los trabajadores del sector son el cuarto concepto más mencionado. Si se piensa despacio, casi todo son catástrofes: la ruina de la violencia, los cataclismos naturales, la liquidación de la división de poderes.
El cambio en la presidencia aún no se puede calificar como desastre, pero muy bien pudiera serlo, según el viejo dicho de “otro vendrá que bueno me hará”. Tengo la clara impresión de que Claudia Sheinbaum no empieza con buen pie, si ha enfangado su propia toma de protesta, que debiera ser su momento estelar, con un pretendido conflicto con el Rey de España. No hay tal. Al monarca, más allá del pequeño desaire diplomático, no le importa, y a la inmensa mayoría de los españoles tampoco.
A mí, personalmente, me agrada sobremanera que el Jefe de Estado de mi país no se tenga que sentar donde lo harán sátrapas bananeros del calibre de Maduro o Díaz Canel. Sheinbaum sabrá el modelo que prefiere seguir. De entrada, pareciera que quiere retornar a tiempos en los que la razón propagandística se transformó en victimización nacional, explicación de todas las tragedias, excusa de todos los desmanes, expresión de todos los traumas. Allá ella.
También es muy mala señal que obedezca dócil a los caprichos de AMLO o simplemente los comparta, y ninguna de las dos opciones es prometedora. Si contrastamos esa pretendida soberbia diplomática con la humillada posición del gobierno mexicano con respecto al narco, todo resulta, de pronto, más claro. Es más fácil echar las culpas a un Rey lejano, en el espacio y también en el tiempo, que asumir la condición propia de un país devastado por el crimen y la desigualdad.
¿Cómo sale AMLO de su sexenio? Mejor que entró. Con una aprobación superior al 70 % y unas calificaciones altas en ascenso. Es cierto que se ha consolidado el porcentaje de quienes lo desaprueban, pero eso sólo significa que hay más polarización, y además entre polos desiguales en número. Es cierto que Andrés Manuel ha perdido el apoyo de los sectores más formados, como señalan los hipocentros, pero también lo es que se siente y se sabe idolatrado. La tristeza, la nostalgia y la melancolía son los sentimientos que mayoritariamente despierta su marcha, a pesar de que, como hemos sabido a lo largo de su gobierno, su tiempo ha sido el de la paradoja: la adoración a su figura aun estando en desacuerdo con sus decisiones.
Aún no conocemos cómo entra Claudia a su mandato en términos de popularidad, pero sí lo que los ciudadanos esperan de ella. Por supuesto, que arregle la inseguridad, pero atención, muy mayoritariamente, que lo haga bien por ser mujer. Espero que deje a las féminas en buen lugar, pero insisto en que no ha empezado con buen pie. Encarar el futuro invocando al pasado no parece nada progresista, y menos aún esperanzador.
La faramalla diplomática es una cortina de humo que distrae de muchas cosas. Sabemos, por los datos de SABA, que el impacto real ha sido muy limitado. No sabemos las razones de AMLO (perdón, de Claudia) para ello, ni sabemos las intenciones de Claudia (perdón, de AMLO) para este sexenio. Lo que es claro es que se está dirimiendo la vieja cuestión que divide al género humano: la lucha por el poder. Y no contra una oposición minimizada y cobarde, que cargará ahora, además de con los viejos calificativos (adversarios, conservadores, fifís) con el de coloniales.
Es una lucha de egos al interior del partido hegemónico, en la que cabe también la posibilidad de que saliente y entrante vayan de la mano. SABA nos informa de que uno de cada cuatro mexicanos quiere que Claudia trabaje igual que AMLO. La devoción de sus seguidores por su persona abona aún más el carácter ya de por sí arrogante e hinchado de Andrés Manuel, redoblado en los últimos meses de mandato.
Los piamonteses, en el norte de Italia, tienen un dicho muy apropiado para estos casos: “Ma gavte la nata” (Quítate el tapón). Se supone que éste está en el trasero, y que, al quitarse, el soberbio se alejaría desinflándose mientras se escucha una especie de “pssssss” al recuperar su verdadero tamaño y condición. A partir de mañana, veremos si Claudia Sheinbaum intenta quitar la tapa del envase o se dedica, como hasta ahora, a seguirla apretando.