No vayas a pedirle nada: exígele lo nuestro. Lo que estuvo olvidado a darme y nunca me dio… El olvido en el que nos tuvo, mijo, cóbraselo caro. – Juan Rulfo (Pedro Páramo)
No hay fecha que no se llegue ni plazo que no se cumpla, dice en distintas versiones el adagio popular. Así que ya vivimos el día después, la resaca electoral, la cruda de los triunfos y los desengaños. Ya terminó, pues, la gran incertidumbre, que ahora da paso a otras nuevas.
La principal es, naturalmente, cómo será el desempeño de Claudia Sheinbaum, que por el bien de México deseo que sea brillante. Me asaltan las dudas al respecto, porque una cosa es ir para el baile, y otra muy distinta venir de vuelta, o estar en el baile mismo. Se encontrará la flamante mandataria electa un México con serios problemas en gestión energética, con graves rezagos en educación, con dificultades en el abasto de medicamentos básicos, y con una violencia galopante que inquieta a los mexicanos más que ninguna otra cosa.
Sin embargo, recibe Claudia un voto de confianza aún mayor que el de AMLO, mayor en porcentaje y mayor en número de votos, y hay que considerar además que la participación fue levemente inferior a la de 2018. Ahora toca ir despejando las incógnitas que sobrevuelan a Claudia, que no son pocas. La primera y muy principal es qué grado de intervención va a permitir por parte de AMLO, cuya anunciada gira de “despedida” presagia también que lo último que quiere es despedirse.
Es tradición en el presidencialismo mexicano, desde la defenestración de Plutarco por parte de Cárdenas, que el presidente entrante se desembarace con relativa rapidez del saliente, aun debiéndole, como es el caso de Sheinbaum, tanto la candidatura como gran parte del triunfo. Ella cuenta con un obstáculo añadido: parece evidente que no goza ni de lejos del carisma que sí ha tenido Andrés Manuel. La disyuntiva está en si se mantendrá bajo el manto protector del jefe máximo, para aprovecharse de ese carisma, o querrá tomar su propio camino, en cuyo caso es probable que se le exijan muchos resultados que no se le han exigido a López Obrador.
Tenemos, por última vez de forma pública, la oportunidad de analizar los datos que nos ha ofrecido SABA Consultores, esta vez del día anterior a la elección, con lo cual podemos hacer un ejercicio comparativo con lo que han arrojado las urnas. Hagamos un último intento. Como ha explicado a la perfección el Dr. Salvador Borrego, al registrarse advertencias (variaciones significativas) en el Monitoreo efectuado el sábado, son los datos del Monitoreo y no los de la encuesta los más confiables. Allí aparecían una advertencia negativa para Sheinbaum y una vigorosa alerta favorable para Gálvez, que presagiaba que las distancias iban a ser menores a los promedios de la encuesta.
Adicionalmente, ya sabíamos que los datos de Claudia estaban muy probablemente inflados por el carácter pasivo de los sectores que la respaldaban, y que cabía la posibilidad de un voto oculto fruto de la polarización. Por tanto, las diferencias iban a ser inferiores, pero en mi opinión nunca se iban a reducir lo suficiente como para que Xóchitl tuviera oportunidad de hacer frente a la aspirante de la 4T. La presencia igualmente de un amplio porcentaje de voto “cautivo” por los programas sociales así lo presagiaba. Y menos si, al interior de su equipo, se estaban creyendo las mentiras que su propia propaganda difundía dibujando una inexistente elección cerrada, que nunca lo fue.
Así las cosas, los resultados derivados de aplicar la proyección electoral a esos últimos datos eran 56,6 % para Claudia, 29,4% para Xóchitl y 14 % para Máynez, con sus correspondientes márgenes de error. Estos hubieran sido más reducidos de no ser por el pequeño tamaño de la muestra. Pero aquí lo importante no es tanto que los datos se ajustaron mucho al resultado de la elección (59-27-10), sino mucho más que, manejando correctamente y con inteligencia táctica los avisos favorables o negativos que se han producido a lo largo del proceso, los aspirantes hubieran podido variar el curso de los acontecimientos.
La medida en que se hubiera dado ese cambio es directamente proporcional a la habilidad del aspirante en cuestión. Empeñarse en un vaticinio exacto a semanas o meses de la elección es por demás inútil, y más inútil aún, además de nocivo, es hacerse trampas al solitario creyéndose las fantasías propias. Arroja la elección algunas curiosidades y datos notorios. Por ejemplo, que a nivel partidista MC tuvo más votos que el PRI. O que Máynez obtuvo un resultado meritorio, que ya habían anticipado los datos de SABA cuando nos dimos cuenta de que había conectado con la juventud. El hartazgo de los más jóvenes y su búsqueda de nuevas alternativas es algo que MC debería aprovechar. Pero tengo dudas de que lo haga, porque, igual que los demás partidos, sufre en su interior a una oligarquía que, elección tras elección, tira la piedra y esconde la mano para perpetuarse en su cómoda posición. Quien tenga oídos, que oiga.
Por supuesto, desde que llegó AMLO al poder, y mucho más según he ido observando a lo largo de su mandato, he tenido la sensación de que el viejo PRI ha regresado en su versión más conspicua. No soy el único que ha hablado de una herencia autoritaria, de un freno al ya de por sí débil proceso de transición democrática, reflejado en los numerosos intentos de eliminar contrapesos a la figura presidencial, reforzando ésta hasta límites que creíamos ya olvidados. Es el retorno de la presidencia imperial que definió Krauze, y ya he leído en estos días el símil con el retorno definitivo de una vieja dinastía, a través de una rama tal vez bastarda: mi querido Edmundo Crespo no ha encontrado mejor término, y yo tampoco.
Lo que es indudable es que la sangre del PRI más ilustre corre por sus venas. El comportamiento de la nueva “emperatriz” Claudia en ese aspecto es también una incógnita, que dependerá mucho también de la actitud de Morena en las cámaras y de las pugnas al interior del partido. Tendrá que estar muy atenta a las visitas de los fantasmas del pasado, del presente y del futuro si quiere navegar hasta buen puerto.
Pero el fantasma mayor, que planea como carroñero sobre un sufridísimo y arrasado México, es el de la violencia. Ese es el que hace que Claudia corra el peligro de ser la emperatriz de una especie de fantasmagórica Comala. En la que todos, como en la novela de Juan Rulfo, van de un lado a otro, huyen, buscan algo o alguien, hablan entre susurros de sus recuerdos inciertos y de sus anhelos incumplidos, pero en realidad están todos muertos. La violencia electoral, que ha presidido estos comicios para vergüenza de las autoridades, se salda con decenas de candidatos muertos, sin que a ninguno, y digo a ninguno, de los aspirantes, se le haya siquiera torcido el gesto.
En cualquier democracia medianamente normal, no los cuarenta o cincuenta candidatos asesinados, sino tal vez uno sólo, hubiera sido motivo para la suspensión, al menos parcial, de la elección. Es la realidad que todo el mundo sabe pero nadie señala, el elefante en la habitación que todos ven pero ninguno nombra: el crimen organizado campa y gobierna a sus anchas, y creo que lamentablemente no sólo en perdidas áreas rurales, sino a lo largo de toda la República. Ojalá que el mandato de Claudia no sea una quinta, y definitiva, transformación, que haga de México una Comala por dónde sólo vaguen sombras.
No queda otra que mantener la esperanza. Charles Chaplin decía que la vida es un drama en plano corto que se convierte en una comedia cuando el plano se convierte en general. Los mandatarios mexicanos, desde hace décadas, resuelven los dramas personales con dádivas de supervivencia y construyen cada día una comedia que perpetúa el olvido de los más desfavorecidos. Esto último, con el agravante de utilizarlos en sus eslóganes y agitar sin rubor ni empacho la supuesta condición de benefactores.
Pero es, como decía la semana pasada, una nueva hora cero para México, y debemos resistirnos al desánimo. No perdamos, como cantaba Germán Coppini, la manía de tener esperanza. Al fin y al cabo es lo último que nos queda, y hemos aprendido que la hay mientras hay vida. ¡Que viva México!