Procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado. – Miguel de Unamuno
El pánico un tanto prefabricado de los mercados se calmó, más aún con la anunciada inversión milmillonaria de Slim, y esa calma invita a la reflexión. Recordemos que, en ausencia de los datos de SABA Consultores, navegamos a estima. Pero la necesidad de saber es consustancial a la naturaleza humana, y por eso nacieron en la antigüedad los oráculos. En el Santuario de Delfos residía uno de los más famosos, y el visitante era recibido con la siguiente recomendación: “Conócete a ti mismo”. “Yo sé quién soy”, contestaría don Quijote, paradigma del héroe literario en nuestra lengua común.
Para bien y para mal, somos los hispanos, y por ende los latinos, locos y genios a un mismo tiempo. Eso explica muchos padecimientos de nuestra historia, la mayor parte común, porque aparte leyendas rosas o negras, quien se reivindique en una de nuestras dos raíces ignorando la otra, yerra. Escrito sobre piedra está en Tlatelolco, el ara sacrificial de las Tres Culturas. Por tanto, necesitamos conocernos para saber.
Y al ser esa necesidad permanente, el pensamiento, sin datos a qué agarrarse, se hace cada vez más incierto. Por ejemplo, en cuanto a qué ha de pasar con la política mexicana. Claudia, de momento, no da signos de impaciencia, aunque poco a poco se clarifican algunas cosas. No hay fecha que no se llegue, y para la suya queda cada día menos. De las muchas dudas que me acompañan, y que antes me resolvían semanalmente los monitoreos de SABA, hoy me asalta una en especial. ¿Qué estará captando la atención de los ciudadanos en estos días? ¿En qué medida, pasada la elección, el pensamiento de los mexicanos ha regresado a lo cotidiano o sigue pendiente de las componendas políticas?
En esto último, casi seguro estoy de que la gente común está más en resolver sus propias cuitas que en escuchar la inacabable grilla del poder. No es deseable una actitud popular indolente hacia la política. Pero si finalmente se produce el paso a la historia, o a La Chingada, de AMLO, desde luego que podemos soñar con que se retiren las sucias aguas de la polarización. Y que el naufragio social que ello supone quede atrás, como un accidente en la carretera, al cual dirijamos la mirada con tristeza, pero pudiendo pasar de largo. Mirar con odio al pasado es justificar los odios del presente.
Me pregunto también hasta qué punto los mexicanos van a estar al pendiente de lo que sucede en USA, con ese primer debate y ese proceso, entre convictos y seniles, de cuyo resultado dependen tantas cosas. El papel de la siempre menospreciada diáspora de los mexicanos del otro lado debería ser capital en el futuro de México y de su vecino. Pero así, a estima, creo que probablemente lo será mucho menos de lo que debiera. Mientras, Claudia ya anda repartiendo huesos, tanto en el gabinete como en las cámaras, para asegurar la paz interna: Ebrard (que al final “se someterá a esa señora”), Adán Augusto, Monreal. No creo que sirvan de mucho los pataleos de Noroña.
Esto, aunque sin estridencias, nos habla de sintonía y de continuidad. Yo lo digo al revés que el flamante canciller: puede que no haya sumisión, pero desde luego, no hay ruptura. Ya veremos en qué paran las misas cuando la electa se ajuste la banda presidencial. Lo que sí espero y mucho de Claudia, dada su condición académica, es un giro en cuanto a la comunidad científica, vilmente arrinconada en el sexenio que está por terminar.
Ojalá se abandone la política mágica y se regrese al conocimiento y a la ciencia como llave del progreso. Bien está decir, como Sócrates, que no sabemos nada, pero el filósofo no lo dijo para presumir de ignorancia, sino de humildad. Aceptemos, pues, con Baumann, que la modernidad es un futuro líquido e imprevisible. Pero no nos privemos voluntariamente de las herramientas para afrontarlo. Es de necios y va contra nuestra propia naturaleza.