“En el juego es muy importante saber perder, pero es mucho más importante saber hacer perder a los otros”.

Noel Clarasó

 

En la medición de SABA Consultores del pasado día 23, la novedad es, esta vez sí, la misma que ha captado la atención de los medios en los últimos días: la disputa, por llamarla de alguna manera, telemática, entre AMLO y Ricardo Anaya. Está claro que no son tiempos de ir cara a cara, y nos estamos acostumbrando demasiado a que los líderes planteen sus batallas y pretendan resolverlas con cuatro tweets y acaso un par de videos. Igual es porque nosotros mismos, a nivel personal, damos por sentado que la vía adecuada es también esa arena del nuevo circo digital. El caso es que el regreso de Ricky (Riquín Canallín) a la palestra de la política ha generado una amplia polémica y un intercambio de golpes que ha tenido reflejo claro en el monitoreo. Por una parte, AMLO sufre un no dramático pero evidente desgaste en los valores de aprobación y desaprobación, llegando en este último a la advertencia negativa.

 

La presencia de sus cuitas con Anaya en los primeros puestos del “Top of mind” de acontecimientos parece evidenciar que, a pesar de que quienes propiciaron el deterioro son fundamentalmente los detractores de don Andrés, hay relación entre una cosa y otra. Por otra parte, AMLO sigue evolucionando muy bajo para lo que acostumbra en el indicador de mejores políticos. De momento, hay más daño para el presidente que para Anaya, contando con que el autodenominado líder conservador tiene poco que conservar en términos de popularidad.

 

Los protagonistas del enfrentamiento son dos versiones de clásicos niños malcriados. Y así se comportan en su cruce de interpelaciones, sin importarles mucho, al uno, que es el portador de la dignidad presidencial, y al otro que se postula como un improbable sustituto. AMLO, y no solo por esto, es el niño caprichoso, que estalla contra el Congreso, la clase media o quien se le ponga por delante, si no se cumplen sus deseos en todos sus términos.

 

Como buen niño mimado, se prestan oídos a cuanto berrinche hace. Los últimos, a cuenta del freno momentáneo a su consulta sobre la revocación, que le han llevado a calificar a los miembros del Congreso como “personas del antiguo régimen” o “salinistas”. No quiere entender el bueno de don Andrés que el Gobierno no equivale al Estado, y que por más que su propaganda hable de transformación el régimen de México sigue siendo el mismo: una República Federal que conserva, por más que muy castigados, ciertos contrapesos.

 

Como buen nene chiflado también tiene un amplísimo coro que le ríe las gracias, fundamentalmente en el mencionado terreno digital y de las redes sociales. Vean si no el muy reciente linchamiento de Brenda Lozano. O prueben a exponerse a una discusión con cualquiera de sus seguidores, si es que no se han visto ya inmersos en más de una, sin que a veces hayan sido capaces de averiguar en qué habían ofendido al gran Tlatoani que ocupa el palacio presidencial.

 

Luego tenemos a Ricky, otro niño, esta vez extremadamente vanidoso. Inteligente, dicen, pero poco respetuoso con los compañeros. El niño azul que prometía llevar de nuevo al PAN al poder, pero que no hizo más que dinamitarlo. En las actuales circunstancias, los cadáveres que dejó a su paso no se levantarán en su ayuda. El primer video estuvo entretenido, incluso ingenioso, pero un tanto fuera de rango. Ya estuvo bueno comparar a AMLO con Porfirio o Santa Anna, pero compararse a sí mismo con Juárez o Madero, o plantear un exilio “para poder seguir luchando”, parece bastante sobredimensionado. Dice no esconderse ni huir, pero anuncia que se pela tras ser requerido por la FGR.

 

Claro que AMLO no desaprovechó la ocasión para poner, una vez más, en duda, la autonomía y la profesionalidad de la Fiscalía. O Andrés Manuel no entiende los tiempos de la actividad judicial, o es que los entiende más de la cuenta. Lo que queda claro es que, por el momento, esto ha beneficiado más a Anaya que a López. Lo que no sabemos es lo que durará esa tendencia. Y lo que no veo es ni a AMLO sabiendo perder, porque no supo nunca, ni a Anaya haciendo perder a AMLO, a juzgar por los datos que nos aporta SABA.

 

Pero mientras asistimos a estas dos versiones del egocentrismo más infantil, que lo que nos pregonan es la triste realidad de los líderes políticos de hoy, hay una actualidad muy relacionada con los niños, pero con los de verdad. Al mismo tiempo que saltan a los primeros lugares del “Top of mind” el huracán o la pelea de Ricky (Riquín Canallín) y Andrés, también está regresando una profunda preocupación: el Covid19. Tiene su reflejo en la tercera alerta negativa como principal problema de los ciudadanos, a resultas de la cual empata en ese indicador con la inseguridad. Y también con la presencia entre los acontecimientos más presentes, al mismo nivel, pero con mayor permanencia, que la mencionada pelea política. Sin embargo, esta pone en un segundo plano un problema que es de primer orden, tal y como lo expresan los mexicanos. Igual hay interés en que así sea.

 

Parece claro, en esa cuestión, que hay una relación directa con el anuncio del reinicio a las clases presenciales, pues desde ese punto y hora se inició la tendencia, además de que la mitad de los padres no desea tal regreso. La explicación de AMLO sobre las motivaciones fue, como casi siempre, proverbial: “Hay que asumir riesgos”. Curioso planteamiento, cuando se trata de los hijos de los demás. Con esa manera de pensar, no es extraño que diga que la cárcel no afecta si eres inocente, me imagino que siempre y cuando el que vaya sea otro. Yo pienso que, si uno es inocente, lo suyo es no entrar en prisión. Pero, entre el que recomienda visitar el bote como si fuera una atracción turística, y el que se pela mientras proclama su inocencia, vaya usted a saber si eso es o no de cobardes.