De acuerdo a los datos de SABA Consultores del pasado día 16, las tendencias de la opinión pública se mantienen e incluso se incrementan. Los porcentajes de aprobación de AMLO siguen estables, jalonados por una segunda alerta positiva en calificación, impulsada por un aumento visible de las buenas opiniones sobre su labor.
Tan sólo se observa un descenso abrupto en el “Top of mind” de preferencias para ocupar el sillón presidencial en el próximo sexenio, que no supone, en principio, nada grave para López: tan sólo es la confirmación de los avances de Ebrard como el futuro (o quizá ya presente) “ungido” con los santos óleos del poder. Aumenta a niveles de aclamación el porcentaje de los que quieren que AMLO no renuncie en 2021, y, esto es importante, aunque no es novedad, quienes reciben apoyos sociales se sitúan en torno al 40 por ciento de la población.
Si esta situación general no les produce lo que se conoce como “déjà vu”, les propongo refrescar la memoria. Un Presidente fuerte e indiscutido. Una formación política que lo respalda con mayorías consistentes. Una política interna en la que se ocupa de ocultar, si las hay, las fisuras; una especie de teocracia presidencial; un sucesor que se perfila paulatinamente desde mucho antes de la elección. Una política económica basada en el subsidio y el apoyo social y en la presunta riqueza petrolera. Una política social que no favorece la promoción individual sino la permanencia en una “pobreza controlada” y dependiente; un control férreo de la prensa bajo una libertad de expresión ficticia, que permite mucha grilla y poca intervención. Una alabanza permanente al gobierno desde un grupo determinado, que puede ser renovable, de aplaudidores organizados, corregida y aumentada con la impagable caja de resonancia que hoy día son las redes sociales.
Les ayudo un poco más: unos le llaman PRIMOR, otros le llaman PRIAN, pero ahí lo tienen, es el viejo PRI de toda la vida. Dirán muchos que Morena no se ha hecho plenamente con sus estructuras, cosa que respaldan, por ejemplo, los resultados de la pasada elección en Coahuila. Pero todo se andará, según comprobaremos en 2021, y eso en el supuesto de que sea necesario. Porque lo acomodaticio de muchos personajes de la presunta oposición, y la facilidad de salto que están adquiriendo los innumerable chapulines indica que demasiados personajes se encuentran como pez en el agua en esta situación. Es otra de tantas cosas que está viniendo “como anillo al dedo”.
Hace pocos días, encontré en medios una curiosa interpretación, basada en una especie de maniqueísmo social, a cargo de Viridiana Ríos, que propone una explicación a través de lo que ella llama “sesgo de élite”. Según tal cosa, “los de arriba” tienden a interpretar la situación desde su óptica, sin tener en cuenta que “los de abajo”, para empezar, son mayoría. De ahí los errores sistemáticos de tales élites. Bajo ese prisma, también declara la invalidez del modelo económico de crecimiento, indicando que han aumentado los subsidios, si, pero no lo suficiente. Según esta tesis, la manera de reducir la pobreza es la transferencia de efectivo. Por tanto, el diagnóstico de López Obrador es correcto. La pregunta es, ¿es correcto el tratamiento de la enfermedad? Porque de original no tiene nada: es lo que ha hecho el PRI setenta años.
Y el problema es hasta cuándo y hasta dónde puede soportar el erario ese incremento. La buena de Viridiana pide más apoyos sociales, pero la maquinita de hacer billetes de Banxico ya está echando humo, a riesgo de una explosión inflacionista terrorífica. Dicho de otro modo, a AMLO le va bien porque subsidia a un sector que no concibe otro modo de vida y que es mayoritario, pero aplica remedios viejísimos a problemas igualmente antiguos. Y todo ello sin considerar las especialísimas circunstancias, pandemia mediante. La pregunta, una vez más, es ¿hay realmente una oposición o es todo un fuego de artificio? Abramos los ojos. No es más que un gigantesco gatopardismo: que todo cambie para que todo siga igual. E igual seguimos.