“Cuando los sables están enmohecidos y las rejas del arado relucientes; cuando las cárceles están vacías y los graneros llenos; cuando los escalones de los templos están gastados y los patios de los tribunales cubiertos de hierba; cuando los médicos van a pie y los panaderos a caballo, el imperio está bien gobernado”. Proverbio chino.

 

Felizmente disponemos de nuevo de datos sobre la opinión pública a nivel nacional, gracias al proyecto “Por un México informado” de SABA Consultores. Puede que a lo que muchos presten su primera atención sea al grado de aprobación del Presidente. Y es, desde luego, un dato importante: actualmente aprueban su labor en torno a un 62 por ciento de los mexicanos, lo cual en términos absolutos es un porcentaje excelente después de diez meses de ejercicio de gobierno. Incluso para las expectativas creadas.

 

Cierto es que, en términos relativos, se ha producido un descenso de unos siete puntos con respecto a la última medición, que corresponde al mes de julio. Sucede, sin embargo, que no podemos saber a qué se debe exactamente, porque en los dos meses de interregno entre una medición y otra han sucedido muchas cosas, y unas pudieron ejercer influencia benéfica y otras negativa. En otras palabras, pudo pasar que hace un mes los datos de AMLO fueran peores, y este 62 por ciento actual constituya una mejoría, o bien lo contrario: que se corresponda con una tendencia a la baja sostenida desde hace dos meses.

 

Es conveniente entender que el problema no es tanto la situación puntual, como la tendencia, y el análisis o la valoración de esta se complica cuando hay demasiados acontecimientos de por medio entre cada vez que se les pregunta a los ciudadanos. Por eso hay que insistir en la necesidad perentoria de hacer más frecuentes estas mediciones. Y no precisamente por el interés crematístico de SABA Consultores, como tristemente expresan muchos con demasiada frecuencia en las redes sociales, sino por un interés general, empezando por el de esos mismos que exigen disfrutar de la prestación, pero en los términos de sus fantasías y deseos. Dejemos esa cuestión para el final.

 

Decía que, evidentemente, lo claro de esta medición es que la percepción sobre AMLO goza aún de buena salud, y que no está tan claro si es el inicio de un desgaste o no. Pero sí que hay otro punto capital que pregona el importantísimo rubro llamado “Top of mind”: la percepción sobre la inseguridad está a todo lo que da. Los conceptos que ocuparon el pensamiento de los mexicanos están, como es natural, muy fragmentados porque la pregunta es abierta. Pero si los agrupamos por temas, encontramos que la suma de “inseguridad”, “asesinatos”, “violencia”, y otras ideas relacionadas alcanzan más del 20 por ciento. Lejísimos de asuntos políticos. Esto va en plena concordancia con la pregunta directa sobre cuál es el principal problema de los ciudadanos, donde la inseguridad está en un 46.6, pero sumada al resto de enunciados relacionados con ella supera un dramático 60 por ciento. Ni política, ni gobierno, ni corrupción: seguridad.

 

Y aquí sí me van a permitir los seguidores de la 4T que afirme sin ningún género de dudas que las medidas implementadas por López Obrador no están funcionando en absoluto. Todo sigue, cuando menos, igual, que quiere decir desgraciadamente muy mal. No puede valernos, porque no es de recibo, decir que así estábamos con los otros, porque precisamente se supone que esos otros fueron sustituidos para mejorar. No vale cualquier cosa con tal de que haya un cambio, y si no, hagamos memoria de lo que sucedió con Fox. El gran problema de quienes apoyan incondicionalmente a AMLO, en uso por supuesto de todo su derecho, es que no están utilizando su sentido crítico, y más aún, continúan en la paradoja que se vive desde antes de la elección: dan su aprobación al Presidente aun cuando no están de acuerdo con sus decisiones. Ocurre con el NAIM, ocurrió con el avión, y ocurre por ejemplo con el “llamado” a los delincuentes para que dejen de delinquir. Fuchi. Guácala.

 

Lo mismo que hubo una edad de piedra y otra de los metales, me temo que vivimos en la edad de la exigencia. Todos tenemos grabados a fuego nuestros derechos, y a la primera de cambio los exigimos. El problema es que no siempre ponemos los medios para ejercerlos, y menos estamos dispuestos a contribuir en la medida que nos corresponde para que se hagan efectivos. Veo, como decía, con mucha frecuencia a quienes no sólo exigen que los datos de SABA sean públicos, sino que lo sean sin tener que aportar nada, y además arrojando los resultados que ellos desean. Cualquier discrepancia con su opinión es motivo inmediato de burla o insulto. El esquema es algo parecido a “tengo derecho a saber, lo exijo, y además a conveniencia de mis intereses”.

 

Sin embargo, sorprendentemente, y de manera curiosa entre esos mismos, que también a menudo son irredentos seguidores de la 4T (insisto, en todo su derecho), esa exigencia no les alcanza para pedirle resultados a AMLO. Ahí, si, paciencia, ahí, si, templanza. Lamentablemente, para muchos Andrés Manuel es una especie de papa laico infalible, al cual cuestionar constituye un abominable pecado, y esto no le hace ningún favor a aquél que teóricamente pretenden proteger y alabar. El debate, el sano debate, la confrontación de ideas, el intercambio y la aportación, que llegaron con la Ilustración para acabar con siglos de dogmatismo, parecen estar en un muy mal momento de salud, y esto es nocivo para la libertad y la convivencia social. Tenemos a nuestra disposición la información, que es lo indispensable para forjarse un criterio, pero la exigimos gratuita, y además, no sólo que las opiniones, sino que los propios datos concuerden con la idea que tenemos de la realidad. Malos tiempos para el buen juicio, que al final no son más que malos tiempos para la libertad y la concordia.

 

Quienes alaban a AMLO dicen que habla claro y de frente. Yo estoy de acuerdo con lo segundo, en cuanto a lo primero, confieso que pocas veces soy capaz de resistir una “mañanera” completa, y eso que en mi huso horario son a las dos de la tarde. Pero, eso, no es más que una opinión, tan respetable como la de quienes afean al de Tabasco precisamente que no sabe hablar, o la de los que son capaces de escucharlo con arrobo, a los cuales desde luego admiro. Tenemos una información valiosísima, tenemos unos foros para expresarnos como jamás había conocido nuestra sociedad, pero no tenemos el juicio crítico y la tolerancia necesarios para ver lo que sencillamente está en nuestras narices, y para compartirlo con nuestros semejantes sin acritud ni resentimiento. La polarización campa por sus fueros.

 

Estoy completamente seguro de que habrá, que ya hay, una cuarta transformación. Lo que no tengo tan claro es en qué consistirá la metamorfosis de mi muy querido México, y en qué quedará transformado. Tengo también claro que AMLO sigue teniendo un inmenso capital político prácticamente intacto: ganaría la elección, si se produjera de nuevo hoy, con la misma o más aplastante ventaja que el año pasado. Pero sobre todo tengo claro que la idolatría que practican muchos de sus seguidores es nociva, primero para él mismo, y después para México. Ojalá esa exigencia que se hace intolerancia centre sus esfuerzos en la crítica constructiva hacia el gobierno, por el bien de todos. Y ojalá Andrés Manuel sepa manejar las armas de las que dispone. Porque me llama la atención que, a la cabeza de virtudes y defectos, figure cómo habla. Habla, desde luego, mucho, y él sabe bien por qué. Pero escucha muy, muy poco, y también tiene sus motivos: siente que no tiene necesidad de hacerlo, porque nadie se lo exige.

 

Además, tiene otros datos.